El Gobierno navarro, con la presidenta, Yolanda Barcina (UPN), y el vicepresidente, Roberto Jiménez (PSN), como máximos representantes, tributó ayer, con motivo de los actos conmemorativos del Día de Nafarroa, un homenaje a las Fuerzas de Seguridad del Estado y al estamento judicial, en un acto que se convirtió en un ensalzamiento de la actuación que durante décadas han protagonizado esas fuerzas policiales en este país. Y, por ese mismo motivo, fue un evento que causó dolor a una buena parte de la sociedad navarra, que se estremece cada vez que recuerda cuál ha sido el cometido de los homenajeados y cuáles sus consecuencias. Sin duda, muchas personas vivieron la jornada como una auténtica afrenta.

La historia de la Policía española y de la Guardia Civil en Nafarroa, como en el resto de Euskal Herria, es una historia negra, de represión, tortura y muerte, y que miles de navarras y de navarros tienen muy presente. Es imposible enumerar en unas líneas las barbaridades que con la falaz excusa de la «lucha antiterrorista» han cometido aquellos a los que Jiménez invitó a sentirse orgullosos, como no se pueden olvidar las tropelías que fueron cometidas por esos mismos cuerpos policiales y militares durante el franquismo, siempre con la impunidad como elemento común. Ver a la Guardia Civil siendo objeto de homenaje en la Diputación puede considerarse una humillación para sus víctimas.

Barcina conoce esa trayectoria y la provocación que el acto de ayer puede haber supuesto para muchos de sus conciudadanos pero, en su papel de abanderada de la derecha española en ese herrialde, no le ha importado lo más mínimo. Tampoco a Jiménez, que representa la tradición más oscura de su partido. El PSN, de la mano de una UPN cada vez más cercana al PP, ha emprendido el camino hacia la irrelevancia política. Por contra, las elecciones de mayo y noviembre han demos- trado que cada vez más personas reniegan en Nafarroa del modelo que hoy representan Barcina y Jiménez.