Año y medio después de las elecciones en Bélgica, seis partidos políticos llegaron ayer a un principio de acuerdo según el cual Elio di Rupo será el primer valón que previsiblemente ocupará el cargo de primer ministro desde hace casi cuatro décadas. Menor trascendencia parece tener el hecho de que también sería el primer socialista que accede a ese cargo desde entonces. Sin embargo, sí tiene trascendencia, y mucha, el hecho de que en ese Estado, de mayoría flamenca y cuya ruptura es una probabilidad más que una posibilidad, gobierne el representante de un partido minoritario de la comunidad minoritaria como consecuencia de un acuerdo en el que no participa la fuerza política más votada, el N-VA. Y también parece trascendental el hecho de que el primer ministro de un gobierno que debe representar a dos comunidades lingüísticas no se desenvuelva correctamente en una de las lenguas de esas comunidades, en este caso la flamenca.

En cualquier caso, el principio de acuerdo, presentado como el cierre de la enésima crisis política belga, es probable que no vaya mucho más allá de prolongar la larga agonía de un estado que cada vez se revela más inviable.