Mikel INSAUSTI

Hay películas que si en el momento de su estreno tienen una difícil salida, la distribución no puede pretender recuperar tres años después, por mucho que se quiera explotar la imagen publicitaria de un John Malkovich destacado en el cartel. Su papel es el de un psíquico, un ser especial que tiene premoniciones sobre la muerte. Se presenta a si mismo como un “mensajero” o “maestro de vida”, una especie de mediador en el transito de este mundo al más allá. El desarrollo argumental revelará que su verdadera misión es la de encontrar a otros como él, gente preparada para continuar su labor. Y ahí es donde entra el protagónico Romain Duris, un descreído abogado que ha antepuesto el trabajo a sus relaciones familiares, por lo que se encuentra separado de su mujer e hija. Sin embargo, el extraño enviado viene a recordarle que de niño sufrió un accidente que le dejó clínicamente muerto, pero del que se repuso milagrosamente para seguir entre los vivos como alguien predestinado.

El principal escollo para el espectador que se enfrenta sin información previa a “Afterwards” está en su total falta de definición genérica, pues nunca se sabe muy bien si es un thriller sobrenatural, un drama existencial, un romance fantástico o un simple manual de autoayuda. De esto último tiene mucho, porque está basado en el “best-seller” de Guillaume Musso “Et après”, que pretende ayudar a los lectores para enfrentarse a la muerte de los seres queridos. La adaptación incide en el cometido de quienes poseen un don, a veces sin ser conscientes de ello, para asistir espiritual y anímicamente a las personas cuyo cercano fin presienten. Para justificar una tradición al respecto se alude a la leyenda celta de la que surge la metáfora de “el canto del cisne”, una pura invención puesto que los cisnes no cantan, tampoco a la hora de dar su último aliento. No sólo eso, sino que además la película aclara que es un cántico de alegría, no melancólico como creían los antiguos, llevados por su ideal de belleza.