Iñaki Urdanibia Doctor en Filosofía
Nacionalismo e izquierda
El autor hace referencia en este artículo al uso perverso que se hace de determinados términos que etiquetan ideas o personas sin siquiera comprobar si se corresponde con la realidad y dando por buenas cosas que no lo son. Sucede cuando se habla de «izquierda», para referirse a partidos que no tienen una práctica política que se corresponda con ella, o de «nacionalismo», que automáticamente se liga con burguesía, egoísmo y xenofobia y siempre con Euskal Herria o Catalunya, pero nunca con el que practican muchos españoles.
Hay una tendencia muy extendida a pensar que nombrar es definir con rigurosidad especular lo nombrado: así, por ejemplo en el terreno político hay quienes al decir «izquierda» considera como tal a una serie de partidos que tanto si se mira sus programas como sus actos distan leguas de cualquier parecido con ella. Casi siempre los mismos sujetos, dicen «nacionalismo» e ipso facto se puede trazar un signo de igualdad con burguesía, con espíritu avaro, xenófobo, etc., con lo que cualquier análisis por somero que sea de lo programático y lo práctico se torna inútil ya que son el mal en sus más pura esencia.
En el caso hispano desde luego existe un serio problema en lo referente a la aludida izquierda que hace que uno se pueda interrogar de inmediato: ¿dónde está? ¿a qué juegan los partidos que se autodefinen de tal forma? Y desde luego a poco que se mire salta a la vista que solo en grupos minoritarios a nivel peninsular se mantienen en alto las banderas de verdadera izquierda, de radicalidad coherente y consecuente; en el grupo mayoritario que se considera como tal, el que acaba de dejar de desgobernarnos o gobernar a las mil maravillas lo intereses de los banqueros & company, desde luego cualquier postura y decisión que se pueda considerar de izquierdas no tiene ningún parecido con la realidad pura y dura.
Si se comienzan las argumentaciones con premisas falsas cualquier cosa se puede seguir como suele suceder en cantidad de ocasiones cuando se habla del tema desde la óptica hispana; es claro hasta la más obvia obviedad que si uno se siente español es un republicano cosmopolita y no un despreciable nacionalista, esto último se deja para las nacionalidades periféricas en las que sentirse catalán o vasco es ser un paleto que solo piensa en su parroquia y sus parroquianos, dependiendo del lugar: levantando piedras y yendo a misa, bebiendo en porrón y llevando barretina, o...
La cosa salta más a la vista todavía, ya que se parte de que cualquiera que se considere español tiene las ideas tan claras al menos como las de Ortega y Gasset (que no eran dos, conste), mientras que si uno se considera vasco, por ejemplo, cuando menos es una especie de Txomin de Regato, idéntico al tosco Paco Martínez Soria. Eso sí, si al otro le dolía España a aquellos de los que hablo parece que les duele hasta el alarido Catalunya, Euskadi... pues, al fin y al cabo, España va bien que decía el otro, que hablaba catalán en la intimidad.
El uso perverso de los términos de los que hablo hace que se den por buenas cosas que de hecho no lo son, y pondré un ejemplito que pienso que habla por sí solo. Si se mira el mundo sindical (me parece que tal como están las cosas muy limitado y baste ver el porcentaje de afiliados) surgen algunos crujidos que echan por tierra todas las generalizaciones del lenguaje que señalo: así, en Euskadi, los sindicatos considerados «nacionalistas» (ELA, LAB, STEE-EILAS, EHNE, Hiru...) mantienen posturas de lucha y resistencia frente a la patronal y al gobierno supuestamente de izquierdas que les sirve como fieles lacayos; por el contrario, el sindicalismo de obediencia estatal (CCOO y UGT, fundamentalmente) es de suponer que deberían mantener posturas de izquierdas y sin embargo chapotean en el fango de las componendas, de los consensos a la baja con la patronal (Confebask) y con el gobierno de López, de algunas de cuyas consejerías son dirigentes destacados; como muestra baste el botón del Departamento de Educación en el que el desembarco de cuadros de CCOO se ha dado en tromba; como no podía ser de otro modo, con semejante copo de puestos nadie va a morder la mano de quien les da de comer, y en vez de luchar tales enchufados se dedican a frenar la combatividad de los trabajadores y sus justas reivindicaciones.
Si alguien quiere ver posturas de izquierda en el campo político, desde luego en el caso vasco sucede algo parecido: postulados más resistentes, más radicales, más de izquierdas se pueden hallar en partidos y organizaciones nacionalistas (soberanistas) y no, por ejemplo, en el gobierno del llamado partido socialista, al que por cierto apoya el PP... quizá por aquello de más vale roja que rota (aunque más que roja en este caso es rosa palo).
La política de componendas y pasteleos que mantienen aquí los sindicatos de los que hablo juega el papel de cortafuegos y de tratar de unificar las reivindicaciones de por aquí con las del resto del estado con lo que las luchas se paniaguan y se bajan de nivel al darse, de facto, un desarrollo desigual de la lucha; estos servicios de frenar y marginar a los sindicatos combativos (nacionalistas) -ejerciendo el papel de verdadero frente nacionalista hispano- les suponen indudables ventajas tanto monetarias, como de infraestructuras, de representatividad indebida, o de dominio de ciertas redes de empleo, formación profesional, etc. concedidas graciosamente por sus servicios independientemente de su verdadera representación sindical.
Del papel del sindicalismo hispano en el resto del Estado español creo que mejor no menearlo ya que su claudicación y derechismo brillan con destellos deslumbrantes hasta la ceguera.
Vienen estas atropelladas líneas, que se balancean entre la rabia y el cansancio aburrido, a raíz de un libro que acaba de publicar la editorial Montesinos. Libro que es el enésimo texto de combate contra el peligro disolvente del reaccionario nacionalismo periférico que no tiende más que a desvertebrar la España vertebrada como dios manda, por «españoles sin complejos y moderados», que reclama el izquierdista Bono.
El escorado libro se titula «La trama estéril. Izquierda y nacionalismo» y su autor es el profesor y ensayista Félix Ovejero que dice defender el racionalismo frente a los sentimentalismos que atribuye a nacionalistas catalanes y vascos, el logos frente al mito que es lo que guía a los pueblerinos criticados. Hojeando u ojeando el volumen basta para ver que estamos ante un beligerante dardo, en forma de fogoso manual de formación del espíritu nacional hispano, dirigido a la izquierda que hace concesiones a los nacionalistas -no hispanos-.
Así las cosas nos es de extrañar que don Félix de Azúa, olvidadas sus veleidades asamblearias de cuando él y sus colegas pensaban que la facultad de Zorroaga era la nueva Vincennes roja y libertaria, aplauda como poseído la aparición del libro al suponer este un puñetazo a la bazofia nacionalista que «desmonta uno por uno los disparates, errores, mentiras, ignorancias, bajezas y disimulos del nacionalismo vasco y catalán.»
Pues bueno, si a él así se lo parece seguro que es así, y seguro que también hace las delicias a los Ciutadans de Catalunya -con cuyas políticas unionistas coincide totalmente nuestro Ovejero que en gran parte es responsable de ellas- y a la inefable uniformadora hispana de nombre Rosa y de apellido Díez.
El pertinaz combate continuado ahora por Ovejero trata de acabar con el cáncer que corroe a la una, grande y libre, lo que hará que se pueda cantar... «volverá a reír la primavera que por cielo, mar y tierra espera...» que ya va siendo hora que si no se pone orden y unidad esto se parece cada vez más a un burdel.
Dicho lo cual, brota inevitable una pregunta: ¿no es propio de cualquier tradición de izquierdas que se precie el respeto a la voluntad popular, a la libertad, a la federación, y la defensa de la justicia? No hace tantos años así lo era y lo que hoy es utopía, locura, egoísmo, etnicismo, puro espíritu fenicio y yo qué sé qué más...era entonces un derecho, el de la autodeterminación.
O tempora, o mores!