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Belén MARTÍNEZ Analista social

Desnudo

La libertad es una mujer con el torso desnudo. O al menos así la imaginaba Delacroix. Aunque, en este caso, no me atrevería a decir que liberación sexual y contestación política eran inseparables. No se quemaban sujetadores en las barricadas. Sin un rastreo exhaustivo de la iconografía revolucionaria, no podemos concluir que ésta se base sólo en una mujer mostrando sus pechos desnudos.

En los últimos siglos, la desnudez ha acompañado las protestas de diferente signo. En 1966, la artista japonesa Yayoi Kusama organizó «love happenings» contra la guerra de Vietnam. Wall Street, la Estatua de la Libertad o el puente de Brooklyn fueron algunos de sus escenarios. Sus propuestas resultaban bastante más comprometidas que la reciente intervención de Zefrey Throwell, «Ocularpation: Wall Street», en el que personas desnudas juegan una partida de strip poker en una vitrina.

En 1969, con motivo de la celebración del concurso de Miss America en Atlantic City, un grupo de mujeres arrojó a un cubo de basura sujetadores, fajas y otros artilugios denostados como símbolo del sistema patriarcal. Eran las feministas «quema-sostenes».

Las activistas ucranianas de Femen se manifiestan en top less para denunciar el turismo sexual. Yanukóvich, Putin, Berlusconi y Strauss-Kahn son objeto de sus críticas. Ilona Staller, conocida como la actriz porno Cicciolina, resultó elegida por el Partido Radical italiano utilizando su sexualidad como herramienta política.

En algunos contextos, desnudarse puede ser un gesto político de reapropiación del propio cuerpo censurado y/o controlado por la política, el mercado, la medicina...