Crónica | Esther Ferrer en Artium de Gasteiz
«En cuatro movimientos» o cómo acercarse a una obra indisciplinada
Esther Ferrer (Donostia, 1937) presenta en Artium de Gasteiz una cuidada selección de su obra. Sin ser una exposición antológica el recorrido atiende a los temas que vertebran su extenso trabajo y nos acerca lo mejor de esta artista irrepetible. Hasta el 8 de enero de 2012.
Arturo Fito RODRÍGUEZ
Algunos no olvidaremos fácilmente la performance «Andar por hablar», que tuvo lugar el día de la inauguración de la exposición (el pasado 8 de octubre) que aquí se reseña. Esther Ferrer dice siempre que se encuentra a gusto trabajando con los medios más simples, con pocas cosas, empleando su cuerpo y poco más. En esta performance, la artista andaba y hablaba siendo estas acciones las dos únicas premisas de su presencia ante el público. Con un micrófono inalámbrico, entrando y saliendo de la sala, cambiando de tema, preguntado a los presentes pero sin poder parar de andar y de hablar, su discurso ágil y disperso, se hacía por momentos divertido y cautivador. Cuando Esther Ferrer abandonó la sala y todos los presentes pudimos verla a través de los ventanales alejarse calle arriba mientras perdíamos el rastro de su voz, tuvimos conciencia del «acontecimiento», de esa cualidad imprecisa pero medular que está adscrita al espacio-tiempo de la performance. El reto que supone toda acción, el riesgo que implica la improvisación de la cita y la rotunda ligereza de su práctica performativa son aspectos destacados en el trabajo de la artista donostiarra, como volvió a demostrar una vez más en «Andar por hablar».
Tras pertenecer al histórico colectivo ZAJ, Esther Ferrer retomó en los años setenta su producción plástica. En 1999 representó al Pabellón Español de la Bienal de Venecia y en 2009 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas. La artista, afincada en París, mantiene una trayectoria firme, sin concesiones y comprometida siempre con su condición de mujer artista.
Cuatro conceptos
«En cuatro movimientos» es el título de esta exposición que retoma y actualiza proyectos anteriores junto a obras ineludibles de su trayectoria. Los objetos, la fotografía y la instalación sirven a Ferrer para materializar sus inquietudes, pero es, sobre todo, la performance, el arte de la acción, su territorio creativo natural. Precisamente el hecho de someter a observación las relaciones entre todos estos soportes y procedimientos es el principal aliciente de esta cuidada muestra, que nos ofrece un buen reporte de la obra de esta autora en la cual lo simple y lo complejo, la seriedad y la ironía se pliegan constantemente en una paradójica relación. No hay enigmas transcendentales, no hay nada que ocultar ni que desvelar en la propuesta de Esther Ferrer porque su trabajo directo y sin dobleces, es de una franqueza que a veces cuesta admitir. Quizá por ello, la evidencia de su obra pueda resultar irritante para quien busque en el arte la belleza o la sofisticación y, quizá por ello, debamos entender su trayectoria como la responsabilidad y el compromiso de cumplir con una imperiosa necesidad de hacer, se llame arte o no. Quizá se trate de un modo de entender la vida, nada más y nada menos.
Tiempo, Infinito, Repetición y Presencia son los ejes de esta muestra que se organiza en torno a las diferentes formalizaciones que estos conceptos provocan en la artista a través de la instalación, la obra objetual y la performance.
En “Autorretrato en el tiempo” la artista mezcla retratos de ella misma tomados en tiempos diferentes: un rostro partido en dos por el paso del tiempo en su propio cuerpo. En “Autorretrato en el espacio” la foto de la artista se repite hasta su desaparición para luego volver a aparecer; tiempo y espacio se entremezclan en un bucle sin solución. La instalación “El muro de los inmortales”, precisa de la participación de los visitantes para dar sentido a una visión irónica y absurda de la trascendencia. La crítica al concepto tradicional de historia, una historia contada por quienes detentan el poder, fundamentalmente hombres, queda evidenciada en este juego, en el que se desvela el deseo humano de pasar a la posteridad.
En la década de los setenta Ferrer comenzó a trabajar con las matemáticas, quedó fascinada por los números primos y encuentra en ellos la traducción, el reflejo del caos universal. La serie de números primos, vinculada a otro de sus temas principales: la repetición, nos lleva hasta el concepto de infinito, pero también a la idea de que la repetición nunca es posible porque es precisamente la diferencia la que da sentido a la repetición.
En “Cómo recorrer un cuadrado de todas las formas posibles”, demuestra que los caminos son múltiples, que las posibilidades son casi infinitas, como explican los gráficos que completan la obra.
“En el marco del arte”, es quizá la pieza más significativa de todo un repertorio de obras que toman el marco como tema. El marco dota de «artisticidad» a la obra, por lo que provoca innumerables citas visuales ya sean transgresoras, irónicas o críticas. Presentada en la Bienal de Venecia en 1999, “En el marco del arte” es un inmenso espejo enmarcado en el que el observador se convierte en contenido. Trampantojo, desmitificación del contexto artístico, puerta sin puerta, juego de contrarios y reflexión. Sin duda, reflexión.