Mikel INSAUSTI

Hay éxitos que uno no se explica, incluso desde su origen mismo, porque una tontería como la consistente en acelerar la voz para doblar a unas ardillas cantoras es increíble lo rentable que ha resultado con el paso del tiempo. El creador del invento en 1.958, un músico de origen armenio llamado Ross Bagdasarian, no podía imaginar la cola que iban a traer los Chipmunks, que es como se conoce al grupo de roedores en el mercado anglosajón. Después de dos series animadas de televisión en los 60 y en los 80, ha llegado la millonaria franquicia cinematográfica que ya va por su tercera entrega, a pesar de que las tres son copias las unas de las otras. En gran medida esa intencionada ausencia de innovación es la culpable de la buena acogida que ha tenido entre el conservador público familiar la fórmula que combina animación e imagen real en clave de comedia musical. Los ingresos son máximos porque la inversión de las tres entregas de “Alvin y las ardillas” está muy controlada, hasta el punto de que las intervenciones del estelar Jason Lee van escaseando, para que así no tenga que interactuar demasiado con los personajes generados por ordenador.

Cualquier mínimo pretexto argumental sirve para que los Chipmunks y las Chipettes den un repaso a la lista de éxitos cantables, y “Alvin y las ardillas 3” no es una excepción, apostando por el “Bad Romance” de Lady Gaga o el “Survivor” de Destiny’s Child. La sucesión de tonadillas horteras va acompañada de constantes referencias a escenas de películas famosas, siendo las más reconocibles las extraídas de “Titanic”, “En busca del arca perdida”, “El señor de los anillos” y “Náufrago”. Vienen justificadas porque la aventura tiene lugar en un crucero de lujo y las ardillas naufragan en una isla desierta por culpa de un accidente con un ala delta. De este pequeño desastre deberán aprender que hay que cumplir las reglas humanas a fin de evitar mayores catástrofes, tal como les había aconsejado antes de zarpar Jason Lee.