Mikel INSAUSTI

No todas las películas que intentan hacer un cuento navideño en la tradición de “¡Qué bello es vivir!” consiguen el deseado efecto risueño en el espectador, porque no es nada fácil aplicar en los tiempos que corren una fórmula clásica como la de Frank Capra. Paco Arango lo ha logrado invocando al poder mágico de la palabra árabe del título, traducible por “estaba escrito”. Es una especie de mantra que, repetido, hace que las mil y una coincidencias que fuerza el argumento a lo largo de su desarrollo no chirríen más de la cuenta. De esta forma una gran ciudad se puede hacer pequeña durante tan señaladas fechas, a fin de que el destino reúna a un grupo de personajes desperdigados para que se sienten juntos a la mesa y celebren la Noche Buena en familia. Desde el punto de vista de las creencias cristianas, el guión consiste en fusionar el nacimiento de Jesús con su muerte y ascensión a los cielos. Un truco que funciona de cara a combinar la comedia vitalista con el drama agridulce, las risas contagiosas con las lágrimas emocionadas.

Para montar su particular belén viviente, el excantante Paco Arango ha tirado de la experiencia adquirida en el medio televisivo mezclando el humor costumbrista con elementos fantásticos. Siempre suele introducir en sus creaciones un personaje que no es real, pero que interactúa con alguno de los que sí son terrenales. En “Maktub” esa presencia sobrenatural corre a cargo de Rosa María Sardá, que hace las veces de un ángel muy dicharachero, una fantasmal enfermera que cuida de los pacientes terminales a través de alguien recién llegado a sus vidas y que se convierte en su ser más querido. El protagonista adolescente encuentra a su amigo adulto en el argentino Diego Peretti, mientras que la actitud optimista del chaval que ha perdido el pelo por la “quimio” recuerda mucho a la retratada por Antonio Mercero en “Planta 4ª”. Me parece un acierto respetar el acento originario de cada uno de los intérpretes, ya sean argentinos, canarios o gringos.