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Repúblicas bálticas: giro a occidente para reafirmar su independencia

Hace veinte años las tres repúblicas bálticas recuperaron su independencia. La desintegración del espacio soviético y los movimientos previos en torno a la llamada «revolución cantada» posibilitaron que estos tres estados adquirieran un nuevo rumbo.

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Txente REKONDO | GAIN

Desconocidas para gran parte del mundo occidental, en muchas ocasiones se tiende a presentar a las tres repúblicas bálticas de Letonia, Estonia y Lituania como una misma realidad, cuando si bien es cierto que comparten algunos aspectos comunes, cada una de ellas tiene su propia idiosincrasia.

Si por algo se han caracterizado los primeros años de independencia de esos tres estados es por las importantes transformaciones que tuvieron lugar. En el ámbito económico se dieron unos cambios estructurales de calado, pasando de una economía centralizada y dirigida a un libre mercado, donde las privatizaciones será la tónica general, al amparo de ese nuevo sistema que se desarrollara en la región. Esto traerá consigo la aparición de nuevos ricos (en ocasiones de oligarcas, como en Rusia en esos años) que se enriquecerán en torno a industrias claves como la red de trenes en Estonia o alguna refinería en Lituania.

La crisis económica que asoló a Rusia y al continente asiático en los años noventa tendrá serias consecuencias en estos estados que entrarán en una delicada situación hasta mediada la primera década de 2000, cuando se produce un repunte y una recuperación, gracias sobre todo al consumo interno y al auge de la construcción. Desde entonces, el sector turístico y el de servicios, junto a la informática y las tecnologías de comunicación, pasarán a dominar la escena económica de las repúblicas bálticas.

La crisis financiera mundial de 2008 será un punto de inflexión en la región, y las consecuencias también se dejarán notar en ellas.

Estos cambios tendrán consecuencias sobre la fotografía social. Sectores que en el pasado contaban con gran respaldo estatal, como la cultura y las ciencias, lo pierden y a día de hoy presentan importantes carencias. También variará el estatus social, que en palabras de una joven estudiante en Riga, la capital de Letonia, «se centrará en lograr y poseer riquezas, cuantas más mejor», lo que, en su opinión, evidencia el predominio «del individuo sobre el colectivo». Y todo ello acompañado de la presencia de coches de alta gama en las calles de las principales ciudades de esos tres estados y la construcción de grandes superficies comerciales para estimular e impulsar el consumo desaforado.

Destaca también la política de rebajar las tasas en determinados productos, lo que permite que en Tallin (Estonia) se produzcan desembarcos masivos de turistas de Finlandia los fines de semana en busca de alcohol más barato que en su país o que en Riga (Letonia) tengan lugar verdaderas avalanchas de ciudadanos británicos dispuestos a «pasar un buen fin de semana» a bajo coste.

En definitiva, las reformas económicas trajeron la euforia de los primeros años, pero las posteriores dificultades «obligaron» a nuevas reformas más radicales, una especie de «terapia del shock» que traerá nefastas consecuencias para los sectores dependientes de la agricultura, para los pensionistas y para las pequeñas empresas incapaces de competir en el nuevo escenario, invadido por empresas transnacionales, y provocará, además, el aumento del paro, claramente visible en las principales ciudades, donde la brecha entre ricos y pobres, como en el resto de Europa, es cada vez más amplia.

Junto a ello, está el auge de la criminalidad y el impacto que la corrupción tiene en la vida cotidiana de parte de esas sociedades, donde las diferentes mafias también operan en busca de beneficios inmediatos. Algo que no es exclusivo de las tres repúblicas bálticas y que, de una u otra forma, se manifiesta también en otros estados europeos.

Complejas relaciones

En el ámbito político y social, estos años han estado caracterizados, salvando las realidades en cada una de las repúblicas, por la creación de nuevos partidos, algunos de corta vida, y por la aparición de figuras claramente populistas. Las complejas relaciones entre política y economía se ponen de manifiesto en el peso que en ocasiones adquieren los sectores oligarcas y en la corrupción y financiación de las principales fuerzas en liza.

Unidas a lo anterior están también las complicadas, y en ocasiones tensas, relaciones interétnicas, más en Letonia y Estonia que en Lituania, donde la mayoría de la población es de origen lituano. En los dos primeros casos, la importancia cuantitativa de las minorías rusas condiciona su quehacer político, ya que existe una clara división partidaria en clave étnica.

Las tensiones del pasado se reflejan también en cuestiones como la interpretación de la historia más reciente (muchos de sus ciudadanos mantienen que la presencia soviética fue una ocupación, equiparándola a la del nazismo), que ha supuesto la eliminación en las calles de toda simbología ligada a la época soviética, o en las compensaciones que se reclaman en base a esa historia, como la devolución o restitución de propiedades.

En el conjunto de esos tres estados se aprecia también el resurgimiento y aumento del peso social de la religión, destacando sobre todo el papel de la Iglesia católica en Lituania, donde la asistencia a las iglesias suele ser muy elevada y en fechas especiales como la Semana Santa se dan verdaderos overbooking, con presencia de todos los estratos generacionales. Tal vez el hecho de que la religión mayoritaria en las otras dos repúblicas sea el protestantismo, hace que su expresión no sea tan «exagerada» como en Lituania (de hecho, según algunos estudios, Estonia y Letonia siguen siendo dos de las naciones más «irreligiosas» del mundo).

Su política exterior ha estado marcada por el giro hacia la Unión Europea y las relaciones con Rusia. El primer objetivo que se marcaron los dirigentes de las nuevas repúblicas bálticas fue el de integrarse en las instituciones europeas, al tiempo que impulsaban una mayor cooperación con sus vecinos (Finlandia, Suecia y Dinamarca, principalmente) en el llamado Grupo 5+3 (países nórdicos más repúblicas bálticas), sustentado en la cooperación multilateral y en la creación de diversas redes (escuelas, asociaciones profesionales, deportes, cultura, iglesias...)

Su ingreso, tanto en la Unión Europea como en la OTAN, ha estado marcado por su deseo de romper, en cierta medida con el pasado soviético y de buscar, al mismo tiempo, una «mayor prosperidad económica y seguridad», en palabras de sus dirigentes políticos. Tras lograr esa incorporación, desde las repúblicas bálticas se ha diseñado una estrategia encaminada a transferir «experiencia a otros estados del antiguo espacio soviético» y sobre todo a reforzar el llamado Grupo 5+3. Su participación en la OTAN ha sido justificada por su rechazo a la neutralidad como vía, sobre todo teniendo en cuenta su experiencia en el pasado y con temores a convertirse en un campo de batalla entre Occidente y Rusia.

El segundo aspecto de su política exterior hace referencia a sus relaciones con Rusia. Desde que alcanzara la independencia en 1991 todavía hubo que esperar tres años hasta que las últimas tropas rusas abandonaran la región báltica. Desde entonces, las relaciones entre las tres repúblicas y Moscú han sido oficialmente frías debido, principalmente, a cuestiones como el estatus de las poblaciones rusas en Letonia y Estonia, la participación en la OTAN -que desde Rusia se percibe como una «invasión» de lo que se considera «su propio patio trasero»-, aspectos relativos a la demarcación de las fronteras o la situación del enclave ruso de Kaliningrado, sin olvidar tampoco los apoyos que desde esos estados se ha venido otorgando a las diferentes experiencias de las llamadas «revoluciones de colores» en los estados vecinos.

Algo también común Lituania, Estonia y Letonia es lo relacionado con la energía y el medio ambiente. La catástrofe de Chernóbil tuvo consecuencias nefastas en la región báltica, hasta cuyas tierras llegó la contaminación y muchos de cuyos trabajadores participaron en la descontaminación en la central colapsada y sufrieron las consecuencias de la radiación. Por eso, no es de extrañar el alto grado de concienciación de la ciudadanía de esas tres repúblicas en torno a los peligros de la energía nuclear y a la polución que generan las empresas extranjeras instaladas allí.

Sin embargo, la política oficial más reciente ha manifestado su disposición a construir nuevas plantas nucleares, aunque la crisis ha paralizado algún proyecto, con el argumento de que a día de hoy la dependencia hacia el gas ruso y las tensiones con Moscú hacen necesario desarrollar una alternativa.

Movimientos más recientes

Lituania: Con el PIB más bajo de los tres estados bálticos, Lituania mantiene una tasa de desempleo inferior a la de sus vecinos. El que la mayoría de la población sea lituana evita tensiones con la minoría rusa, pero hay roces con la minoría polaca. Representantes de esta minoría siguen defendiendo la pertenencia a Polonia de parte del territorio lituano, lo que alimenta reacciones de signo contrario entre la mayoría. A día de hoy es la república báltica con menor tensión interétnica.

Al igual que en sus vecinas, la presencia de símbolos soviéticos ha sido borrada de las calles del país, mientras proliferan las iglesias católicas en ciudades y pueblos. El cambio estructural del país y los designios del Fondo Monetario Internacional (FMI) o de la Unión Europea han traído nefastas consecuencias para el sector agrícola del país. La limitación de determinados productos (sujetos a cuotas comunitarias) se ha demostrado desastrosa y son muchos los agricultores que solicitan de su Gobierno un rechazo a las directrices de Bruselas.

Estonia: Tallin ha sido capital cultural europea este año, y las reformas que se han realizado en torno a su caso antiguo son más que evidentes. Sin embargo, en los barrios periféricos se aprecia con mayor intensidad «la otra cara» de la ciudad. Con una de las tasas de desempleo más altas de la zona y una nueva realidad demográfica, ya que el peso de la minoría rusa es elevado (casi la mitad de la población de la capital), los enfrentamiento interétnicos han sido una constante, normalmente a nivel dialéctico, pero en ocasiones ha desembocado en violencia. La retirada de una estatua del Ejército Rojo del centro de Tallin fue uno de los momentos más tensos y sigue siendo un tema «delicado» entre la población de la capital. Cualquier pregunta en torno a su actual ubicación (está en un cementerio militar de la ciudad) genera suspicacias entre los estonios, mientras que en el barrio ruso, a escasos metros del centro histórico, se percibe otra actitud.

El conflicto sobre las fronteras con Rusia, o la política de la época soviética son heridas todavía sin cerrar para la mayoría de la población estonia. Con una dedicación agrícola e industrial basada en la exportación y que necesitaba de mano de obra abundante, se fomentó la llegada de ciudadanos soviéticos de Rusia y de otras repúblicas, lo que provocó una importante alteración demográfica. Junto a ello, se impulsó el empleo del ruso como lengua franca, desdeñando y relegando el idioma y cultura locales. La reacción local tras la independencia ha ido encaminada a revertir esa situación, por eso ha sido destruida la simbología soviética.

Una de las paradojas de la situación política actual se halla en la capital, Tallin, cuyo alcalde pertenece al Partido del Centro, apoyado mayoritariamente por la población rusa local, y que ha venido recibiendo importantes ayudas económicas de Moscú, sobre todo desde Rusia Unida, el partido político impulsado por Putin.

Letonia: Las recientes elecciones en Letonia han vuelto a poner de manifiesto la división étnica que caracteriza la vida política local. Su vencedor ha sido Harmony, el partido de la minoría rusa, sin embargo la alianza de tres partidos conservadores letones le han privado del Gobierno. En este país, al igual que en sus vecinos, el papel de determinados oligarcas es clave para entender su devenir político, donde las relaciones entre economía, intereses determinados y política son más evidentes cada día.

Al igual que en Estonia, la influencia rusa sobre algunas formaciones políticas es manifiesta a través del apoyo mediático y diplomático, asesoramiento político, impulso financiero e incluso con acuerdos de cooperación entre partidos.

Letonia es la república báltica más castigada por la actual crisis económica mundial, con un crecimiento muy pequeño y una inflación elevada. Los dictámenes del Banco Mundial y del FMI van a obligar a sus dirigentes a aplicar medidas más drásticas, con el consiguiente rechazo popular, que ya acaba de manifestarse en las urnas.

OCUPACIÓN

Las tensiones del pasado se reflejan en la interpretación de la historia más reciente, que ha supuesto la eliminación de toda simbología ligada a la época soviética al considerar muchos que la presencia soviética fue una ocupación, o en las compensaciones que se reclaman.

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