La del miércoles en el Kursaal fue una demostración más de lo eterno e internacional que sigue siendo, 80 años después, la cinematografía y el humor de Charles Chaplin. Que un auditorio casi repleto por 1.800 espectadores, entre niños, jóvenes y adultos, compartan un mar de carcajadas durante hora y media con una película dirigida en 1931 es, qué duda cabe, un milagro de la genialidad de Chaplin. Hay que reconocer, no obstante, que el poder escuchar la banda sonora en directo, y con tanta calidad como tuvo en la interpretación de la EGO, contribuyó notablemente a que las vicisitudes del vagabundo enamorado de una ciega de «City Lights» cobrasen más presencia, dramatismo, hilaridad y emoción. Tan bien estuvo la interpretación de la EGO, tan exacto fue su trabajo, que se nos olvidó por completo que la orquesta estaba ahí, justo debajo de la pantalla gigante. Y eso significa, ni más ni menos, que lo estaban haciendo muy bien.

Los 55 jóvenes músicos mantuvieron en todo momento la calidad, la conjunción y un hermoso color orquestal, con pequeños errores individuales fruto de la inexperiencia pero, en general, a un nivel que nos sigue sorprendiendo a los que, año tras año, volvemos a los conciertos de la EGO con la idea equivocada de que se trata de una orquesta de estudiantes sin más. Bravo por los jóvenes maestros, pero a quien hay que reconocerle el mayor mérito en este caso es al director Juanjo Ocón, porque lo que hizo durante la velada fue toda una proeza de profesionalidad. Si ya es bastante difícil conseguir que una orquesta toque con la expresividad e intención correctas, que encima lo haga coordinada con cada movimiento de dedos, cabeza o pies de un actor hiperactivo como Chaplin es un cometido complejísimo. Pero Ocón, con sus pequeña pantalla de televisión, consiguió sincronizar música e imagen con una fluidez admirables. La ovación que orquesta y director se llevaron del público donostiarra fue entusiasta. Estupenda manera de comenzar el año musical.