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Josu Sorauren Periodista

1512: inicio del crepúsculo de la ciudadanía navarra

Se nos negó el derecho universal e innegociable que nos hubiera permitido desarrollar nuestra cultura, nuestras instituciones, nuestra economía... nuestra propia voluntad

A partir de este momento aciago, Castilla, enseguida Es- paña, iniciarán el acoso y derribo contra nuestra cultura, patrimonio y soberanía. Se nos permitiría ser alguien y esto hasta nuestros días, en la medida en que nos sometamos al vasallaje del imperio. En caso contrario, he ahí el heroísmo del Mariscal Pedro de Navarra, España te suicidará, nos ignorará o nos ilegalizará.

España sabrá ser «generosa» -se nos dijo- con quienes roben, maten, conquisten en su nombre -genocidio americano- y al servicio de la coron.

Desde entonces, muchos ciudadanos vascos, unos mercenarios, otros convencidos, se pusieron al servicio de la corona, engrosando la lista de otros tantos héroes y protagonistas, de otras tantas «gestas gloriosas del glorioso imperio español». Quizás no nos dejaban otra alternativa. O estás conmigo hasta las últimas consecuencias, o contra mí.

Los navarros entramos en el ámbito del nacional-catolicismo, donde eres cristiano o moro (un maldito moro), cristiano o hereje, liberal o carlista, franquista o rojo, español (se acepta un bipartidismo de componendas) o separatista, español o vasco... Los buenos y los malos.

Una dualidad capital sustancialmente excluyente, en que la bondad o legitimidad de un término supone la deslegitimación y perversión del otro.

El hecho es que, hoy por hoy, no existe un espacio donde ambas posturas puedan convivir en paz, ni se barruntan recursos posibles de integración.

En 1512, se inicia un período tenebroso que perdura hasta nuestros días, en que España «trabaja con malicia» para destruir y minar nuestra conciencia como ciudadanos navarros. O eres español o un proscrito.

Los disidentes, Don Pedro de Navarra, Lope de Aguirre, Sabino de Arana -hay miles de ejemplos-, son muertos, despreciados, demonizados...

Se nos negó el derecho universal e innegociable que nos hubiera permitido desarrollar nuestra cultura, nuestras propias instituciones, nuestra economía... nuestra propia voluntad. Los vascos, contra nuestro derecho a ser soberanos, hemos de vivir sometidos a estados dictatoriales, monolíticos, fascistas.

Sí, fascistas. La propia monarquía que contra nuestra voluntad mantenemos descubría en sus inicios sus cartas. Por aquellos años, le entrevistaban al borbón en un rotativo francés: «El general Franco es uno de los que resolvió nuestra crisis... él ha desarrollado las bases para el desarrollo de nuestros días... una figura decisiva histórica y políticamente... un ejemplo viviente para mí... Tengo por él un gran afecto y admiración...».

¿Que los españoles le adoran...? Que el innombrable nos coja confesados.

Mencionaba la desvergüenza y el cinismo que España usa a la hora de contemporizar con asesinos, ladrones, GALes... jueces y chanchulleros que aceptan de buen grado la disciplina y el marco del estado carpetovetónico. Nada comparado, con la crueldad y la carencia de humanismo que emplea con los que abjuramos de la pertenencia al marco español. España es muy vengativa. Algo que hoy día se evidencia escandalosamente, con el trato cruel e inhumano -en tiempos de paz-, contra el activismo vasco encarcelado, político o lo que sea. Como bien se sabe, en Irlanda -Inglaterra no es por cierto un dechado de humanismo-, tras los acuerdos de Viernes Santo, la mayoría de los presos del IRA, tuvieran el «delito» que fuera, alcanzaron la libertad.

Ocho siglo hemos tenido los vascos para cerciorarnos de la fatalidad que ha supuesto para nuestro pueblo depender contra nuestra voluntad de esta España, que digan lo que digan, para un servidor resulta plenamente inviable. Con ella siempre viviremos en una plena recesión, humana, cultural, económica, etc. En este quinto centenario de la invasión de Navarra, aparte de gritar ante la rosa de los vientos nuestro derecho inviolable a considerarnos ciudadanos navarros, nada más ni nada menos, hemos de rechazar con toda valentía, la pertenencia a una nación que nunca elegimos, porque nunca fue la nuestra.

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