Al comienzo de la presente temporada, Mendilibar tuvo un encargo de la secretaría técnica: había que renovar el puesto de guardameta con una apuesta de futuro. Ni siquiera la anterior magnífica campaña protagonizada por Ricardo -jugó los 38 encuentros ligueros- desvió un ápice las intenciones del club.

El técnico vizcaino deshojó la margarita entre sus opciones y apostó por Riesgo, quien había realizado una muy buena pretemporada. El debarra saltó como titular en el primer partido oficial en el Vicente Calderón, pero, una vez más en su trayectoria deportiva, no tuvo suerte y tuvo que retirarse a dos minutos del descanso por una lesión muscular.

Fue el momento de Andrés Fernández y el murciano no lo desaprovechó. Había regresado a Osasuna con la vitola de ser el cancerbero menos goleado de la categoría de plata, con el mérito añadido de hacerlo en un conjunto de los de menor presupuesto de Segunda, el Huesca, donde estuvo cedido por espacio de un año.

La oportunidad le llegaba incluso antes de lo esperado, pese a que el míster rojillo se había empeñado en asegurar que el gran nivel de sus porteros les hacía partir en igualdad de condiciones. A Andrés Fernández no le temblaron las piernas en este salto cualitativo, al contrario, una de sus mejores virtudes es la seneridad que transmite bajo el marco.

Fallo y goleada

Su error ante el Racing y la goleada del Camp Nou -en la que bien poco tuvo de responsabilidad- provocó que algunos comenzasen a dudar de sus posibilidades. Mientras tanto, Mendi- libar siguió depositando su firme confianza en el joven valor. Los resultados del equipo y la seguridad que fue ganando a medida que avanzaba el campeonato jugaron a su favor hasta el punto de ser ya considerado indiscutible.

El gran encuentro realizado por Riesgo en Copa en el feudo culé podía aventurar que quizás hubiese cambios en la meta rojilla. Sin embargo, la apuesta seguía siendo Andrés Fernández y el guardameta correspondió a esa fe con cuatro grandes intervenciones en Anoeta.