Mikel INSAUSTI

El ser productor te da la ventaja legítima de tener un acceso directo al mejor material literario para su adaptación cinematográfica, y Gerardo Herrero ha podido hacerse así con la novela de Ignacio del Valle “El tiempo de los emperadores extraños”. Sin embargo, le ha faltado la suficiente visión para comprender que un guión tan potente en manos de otro realizador más entregado habría supuesto unos resultados muy superiores. Su labor de dirección se queda corta, insuficiente para una trama que reclamaba mayor tensión narrativa. Hay errores asimismo de casting, porque Juan Diego Botto no responde al perfil de un duro investigador, menos aún en un contexto extremo como el bélico. Lo que, junto con la falta de definición del personaje, obliga a su compañero de reparto Carmelo Gómez a un sobreesfuerzo, a fin de compensar las carencias del protagonista. Y gracias a su concurso la intriga avanza, al margen de los resquicios sentimentales que la debilitan, mediante una caracterización recia y con un lenguaje coloquial retrospectivo que jamás se había escuchado en un thriller con asesino en serie.

La novedad estriba en el inusual tratamiento histórico para un género que rara vez se fusiona con otros, y que no necesita aquí de la tan manida deriva hacia el terror al encontrar un trasfondo doblemente violento en la ambientación de la II Guerra Mundial. Se echa en falta un mayor equilibrio entre las secuencias bélicas en exteriores rodadas en los paisajes helados de Lituania y los interiores en decorados de la Ciudad de la Luz, por culpa de unas transiciones demasiado bruscas. En cambio, la atmósfera de fanatismo imperante en el seno de la División Azul está bien conseguida y casa con el mensaje macabro de la oración infantil grabada a sangre por el criminal vengador en los cuerpos de sus víctimas. Provoca más inquietud que el pasaje algo forzado de la variante de la ruleta rusa a la que llaman “la violeta”, para lucimiento histriónico de Sergi Calleja en el papel de Tiroliro.