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Iñaki Urrestarazu Economista

Luces y sombras de la «Primavera Árabe» (I)

La llamada Primavera Árabe, indudablemente, ha sido y está siendo un fenómeno social de gran importancia, que hay que situarlo en el contexto de los complejos procesos de emancipación de clases y pueblos que se están produciendo en los países del Sur, como Asia, África y América Latina. Se podría decir también que el innovador movimiento del 15M y del Occupy Wall Street, tienen, al menos parcialmente, su origen en la Primavera Árabe. Se trata de un proceso complejo donde confluyen intereses de clase y estrategias diferentes y contradictorias. La crisis actual ha agudizado las brutales consecuencias de una globalización capitalista que genera pobreza y marginación, especialmente en las clases populares, y sus efectos se dejan sentir más duramente por la acción y directrices impuestas por los todopoderosos organismos internacionales del capital, como el FMI y el BM, y tanto más cuanto que se añaden a estructuras dictatoriales y represoras, hasta el punto de convertirse en insoportables, incluso para las burguesías árabes, mejor situadas económicamente y más o menos toleradas políticamente.

El proceso de Egipto es el más significativo, por el peso demográfico del país, por la complejidad de las relaciones de fuerza en presencia y por el peso específico que están teniendo las clases populares que actúan con planteamientos propios. La fuerza motora del proceso, plasmada gráficamente en las movilizaciones de la plaza Tahrir, han sido los jóvenes trabajadores y parados radicalizados, los sindicatos obreros, los movimientos de resistencia de los pequeños campesinos, sectores democráticos de las clases medias, movimientos de mujeres y gran cantidad de movimientos populares. El movimiento democrático de las clases populares, dentro de su diversidad, comparte tres objetivos convergentes: 1) La democratización de la sociedad y de las costumbres -no solo mediante elecciones, sino por el reconocimiento del poder real de las clases populares y de la sociedad civil- 2) La ruptura con las políticas económicas y sociales «liberales» y la puesta en práctica de alternativas sociales (sin ser todavía socialistas) que reduzcan las desigualdades (la «justicia social») 3) La adopción de una línea antiimperialista, de una política internacional independiente y la reconstitución de lazos con los países del Sur frente a la hegemonía de EEUU, sus aliados subalternos europeos y sus otros aliados predilectos, Israel y monarquías del Golfo.

Es este bloque progresista el que básicamente ha forzado la caída de Mubarak y el que ha ido denunciando las sucesivas maniobras engañosas orquestadas para perpetuar el régimen. Los Hermanos Musulmanes, grupo representativo de sectores de la burguesía, profundamente conservador y proimperialista, del estilo de las democracias cristianas europeas, pero islamista, ha participado en ciertos momentos de las movilizaciones, pero se ha desmarcado de ellas para pactar con el Ejército un cambio y unos ritmos que le favorezcan. Los Hermanos Musulmanes tenían prisa por que se celebraran las elecciones, no quisieron que se atrasaran más allá del 28 de noviembre -frente a la opinión de Tahrir- porque se sabían vencedores en el corto plazo, debido a su nivel de organización y sus medios, y ese era su objetivo principal.

Los hechos han confirmado sus expectativas, son mayoría, y para ellos, ya se ha acabado la Primavera Árabe. Ya han logrado el poder, que es lo que querían. Un poder que habrán de compartir de alguna manera con los militares, con los que están condenados a ponerse de acuerdo, aunque haya de por medio algunos tiras y aflojas, porque en última instancia defienden los mismos intereses básicos, más allá del régimen de Mubarak.

En principio aceptaron el calendario y hoja de ruta de los militares: las citadas elecciones, elaboración de una nueva Constitución mediante una comisión mediatizada por los militares para asegurar la autonomía del Ejército respecto del poder civil y traspaso del poder a los civiles tras unas elecciones presidenciales en junio de 2012.

Los recientes acontecimientos de Port Said y las nuevas movilizaciones producidas al calor de la ira de las masas, están exigiendo el traspaso inmediato del poder de los militares a los civiles y el adelantamiento de las presidenciales que era el momento previsto por los militares para dicho traspaso. Hay incluso una llamada popular a la desobediencia civil y a una huelga general indefinida.

En la reunión que los Hermanos Musulmanes han mantenido con altos cargos norteamericanos, ya han afirmado que no cuestionarán los Acuerdos de Camp David con Israel, los cuales como sabemos, dan impunidad absoluta a Israel en su actitud genocida con Palestina, mantienen la franja de Gaza bloqueada y les permiten seguir con las colonizaciones de tierras, además de suponer 1.300 millones de dólares anuales que viene pagando el Gobierno norteamericano a Egipto «como compensación» por la firma de los Acuerdos, desde 1979. Asimismo, los Hermanos Musulmanes han pedido inversiones extranjeras, aunque los EEUU les han recordado que para recibir el préstamo pedido tienen que cumplir con la disciplina de las normas del FMI, lo cual, como es de prever, cumplirán a rajatabla, con lo que eso implicará de nuevo. En definitiva, los Hermanos Musulmanes han pasado la prueba impuesta por el Gran Hermano norteamericano y ya tienen su aprobación como sustitutos de Mubarak.

El futuro de la Primavera Árabe, que para las clases populares egipcias no ha hecho más que empezar, dependerá de la prosecución de sus movilizaciones por cuestionar el modelo económico y por la realización de cambios sociales profundos, lo cual se hará contra los Hermanos Musulmanes. Para ello, Egipto necesitará de una larga transición pacífica democrática que permita expresarse y organizarse a las fuerzas progresistas. Hoy es normal que los Hermanos Musulmanes sean mayoritarios, porque durante 40 años el único discurso relativamente permitido ha sido el de ellos. En cuanto a los salafistas, la segunda fuerza, hay que decir que es un grupo fundamentalista musulmán radical, archirreaccionario y de extrema derecha, que proseguirá con su lucha por convertir Egipto en un estado teocrático y retrógado, sin por ello cuestionar tampoco ni el statu quo económico ni los acuerdos de Camp David.

En Túnez las movilizaciones populares provocaron la caída del dictador Ben Ali, la instauración de una democracia formal y la realización de elecciones, en donde resultó vencedora la burguesía tunecina, representada por Al-Nahda, similar a los Hermanos Musulmanes y con declaradas simpatías por el islamismo conservador y proamericano del AKP turco de Recep Tayyip Erdogan. La cuestión que se plantea ahora para las clases populares tunecinas es en qué afectan o van afectar estas libertades formales gestionadas por la burguesía a las condiciones de vida y la miseria del pueblo tunecino. Las recientes movilizaciones ya han mostrado su descontento, pues, un año después, siguen sumidos en la miseria. Ya sabemos por experiencia propia lo que han supuesto para los trabajadores y los pueblos, las libertades formales que vinieron con la desaparición del dictador Franco. Las revoluciones democráticas, para algunos son un fin en sí mismo, pero para las clases populares no pueden ser más que el inicio de un proceso de transformación profundo.

Digamos que, en Túnez, el proceso está abierto y que todo dependerá de los niveles de lucha y organización que se desarrollen. En Marruecos, sin embargo, las cosas están mucho más complicadas, dadas las maniobras pseudoaperturistas de Mohamed VI, quien a pesar de su carácter ferozmente represor y opresor, sobre su pueblo y el Sahara Occidental, no hay suficiente fuerza crítica de oposición, mientras sí goza del parabién de los criminales demócratas occidentales como Obama y Sarkozy.

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