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Josu MONTERO Escritor y crítico

Deseo

 

La verdad es que tenemos una educación sentimental bastante deplorable, y en una terrible cuesta abajo además: no hay más que ver las pelis, las series y los programas que privan a nuestros cachorros; y lo que es aún peor, no hay más que ver a los confusos e infantiles padres de nuestros cachorros. Como todos los sentimientos humanos, el amor reside en el cerebro -y en la piel y en las tripas y en los genitales-, pero desde luego no en el corazón.

Maldita metáfora elevada a los altares del éxito cuya finalidad no parece ser otra que delimitar claramente pensamiento y sentimiento, como si estos no anduvieran bien revueltos. Pensamiento sintiente o sentimiento pensante que decía no se qué poeta. Hay que seguir el camino del corazón -dicen-, sus impulsos (im-pulsum: con la fuerza de la sangre, del latido).

Lo que se hace con el corazón es lo guay, merece admiración o, en el peor de los casos, nuestra comprensión; como si las mayores aberraciones y maldades no se hubieran cometido y se siguieran cometiendo de corazón. La razón frente a la pasión. Como afirmaban los surrealistas, cualquiera que se dejase arrastrar por la pasión, por el amour fou, estaría incapacitado por una larga temporada para las servidumbres de la vida práctica. Pero nuestra pasión sobrevive a duras penas ahormada a la medida de nuestra pobre vida en estos tiempos menesterosos a caballo entre la más tontorrona ingenuidad made in disneyland y el cinismo acre y barato del que está de vuelta sin haber ido a ningún lado. «En última instancia -estableció Nietzsche- lo que amamos es nuestro deseo, no lo deseado». ¿Pero quién es el guapo que está dispuesto a sostenerle la mirada a su deseo -¡si es que se lo encuentra!-? Feliz San Valentín, corazones.