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Isidro Esnaola Economista

La hoguera de las vanidades

El mayor peligro para la viabilidad financiera de las instituciones vascas no está tanto en la recaudación como en el cupo que pagamos al Estado

La economía tiene fama de ser una cosa compleja y lejana para el común de los mortales, sin embargo, trata de cuestiones mucho más cercanas y simples de lo que la gente se imagina. A fin de cuentas, la economía no es más que un conjunto de decisiones sobre qué producir, cómo, qué consumir y cuándo. Este tipo de decisiones no son completamente libres sino que están mediatizadas por valores sociales e instituciones que unas veces imponen límites y otras impulsan un determinado tipo de comportamiento en detrimento de otros.

Todo esto viene a cuento de las últimas declaraciones de Urkullu en las que aseguraba que el Gobierno de Gasteiz estaba en bancarrota. No solo eso, sino que, siendo él un hombre poderoso donde los haya, también afirmaba que le habían pedido ayuda desesperadamente. Al final parece que solo le había pedido que interfiriera ante el Diputado de Bizkaia para establecer el llamado «céntimo sanitario». Tampoco parece que sea para tanto. Es terrible la vanidad, y mucho más en una persona que cree que lidera este país y en realidad de lo único de lo que puede vanagloriarse es de haberse hecho fuerte en el Señorío de Bizkaia.

Es cierto que todas las instituciones vascas atraviesan dificultades financieras, desde el Gobierno de Gasteiz hasta los ayuntamientos, porque la caída de la recaudación es un hecho y obliga a todo el mundo a tomar medidas. Medidas que, por cierto, se podían haber tomado antes, pero en este caso también se ha aplicando la regla del buen gobierno de los políticos profesionales que se puede formular diciendo que es mucho más fácil desplazar la toma de decisiones hacia el futuro y que otras personas arreglen los problemas. Y eso es lo que ha hecho hasta ahora el partido que dirige el señor Urkullu.

Y puesto a arreglar las finanzas, es muy sencillo parar las obras del TAV. No recuerdo dónde he leído esta semana que algún político ha dicho que hay que terminar la construcción del Tren de Alta Velocidad por su valor simbólico, que es como decir que hay que terminar de construir una catedral. Pues, muy bien; pero que la construyan en sus terrenos y con su dinero. Si de símbolos se trata, no ha lugar una discusión sobre el valor de uso, es decir, si sirve para viajar, o transportar mercancías, si su construcción estropea nuestro entorno o no, que es a fin de cuentas lo que a la gente corriente le interesa. Tampoco ha lugar una discusión sobre el valor de cambio, o sea, sobre el dinero que se puede ganar con el proyecto en cuestión y quién se lo va a llevar. En el ámbito de lo simbólico no cabe discusión posible, se hace por voluntad del emperador, como las pirámides de Egipto, aunque eso traiga aparejada la ruina económica.

En el fondo de todo este asunto hay una cuestión que se oculta deliberadamente. El mayor peligro para la viabilidad financiera de las instituciones vascas no está tanto en la recaudación como en el cupo que pagamos al Estado. Con la recaudación lo primero que hacemos es pagar el cupo al Estado, y la cuantía de ese pago no depende de nosotros sino de lo que el Estado gaste en las competencias no asumidas, que casualidades de la vida, son precisamente todas aquellas que no están recortando como Defensa, Exteriores, Interior, Casa Real, etc. Entre ellas destaca la partida del presupuesto que más está subiendo estos últimos años: la devolución de la deuda. No solo está subiendo la deuda porque el Estado tiene un enorme déficit, sino que además están subiendo los intereses que se están pagando por esa nueva deuda. Eso sí que es un riesgo unilateral para las instituciones vascas y que tenemos gracias a la extraordinaria gestión del partido de Urkullu.

A las palabras de Urkullu ha respondido el Gobierno de Gasteiz dando las cifras de sus cuentas. Pero la cosa no ha quedado ahí, y el señor López ha contraatacado, otra vanidad herida, utilizando para ello la cuestión del Régimen Especial de Sociedades de Promoción de Empresas previsto en la Norma Foral 7/1996 del Impuesto sobre Sociedades y que se ha puesto de moda estos últimos quince días. De alguna manera, trataba de este modo de acusar al PNV de Urkullu de haber hecho una nefasta política fiscal. Lo curioso del caso es que en Juntas Generales de Gipuzkoa se creó una comisión de investigación en el año 2009 sobre el caso de la empresa Glass Costa Este Salou SL. En las conclusiones de dicha ponencia hay un apartado dedicado a este régimen, en el que por cierto, no sale muy bien parado. La cuestión es que si tan poco le gustaba a Lopez ese régimen en esas conclusiones tenía la excusa perfecta para haber impulsado su derogación. Y tiempo no le ha faltado. Si no lo ha hecho desde entonces, no se entiende muy bien el arrebato de esta semana. A fin de cuentas, hay que recordar que ambos partidos han ido de la mano en política fiscal hasta hace muy poco, lo que dice mucho de cómo han utilizado hasta ahora los exiguos resortes fiscales que permite el Concierto. Todo parece una pelea de orgullos heridos. Un gran bagaje para liderar este país.

Como la cosa iba tomando unos derroteros muy peligrosos para los intereses de los unionistas, el PP les ha llamado al orden y rápidamente han dejado de tirarse los trastos a la cabeza, los reproches se han ido silenciando y han dado paso a la reconciliación con carantoñas sobre la necesidad de un pacto para salir de la crisis. A esas zalamerías se ha unido el PP pero no con intención de ser el oficiante de la boda sino participante activo de un trío que no busca ni mucho menos solucionar la crisis económica, imposible en este marco castrado por la dependencia, sino afianzar el actual estado de las cosas: el pago del cupo y la dependencia en materia tributaria.

Como se ve en esta pequeña historia de estos últimos días la solución de nuestros problemas económicos depende en gran medida de decisiones que tomemos sobre el manejo de los instrumentos que tenemos a nuestro alcance, de los valores que guían esas decisiones y de la voluntad para resolver los problemas actuales sin hipotecar el futuro. Los ejemplos de Islandia y Grecia son paradigmáticos sobre lo que necesitamos para solucionar la crisis actual: soberanía económica.

Ya va siendo hora de que esos instrumentos que han sido objetos de vanidad para los políticos de este pequeño país y que nos mantienen atados de pies y manos tengan el mismo destino que aquellos otros que en Florencia quemaron un martes de carnaval del año 1497 los seguidores del un fraile llamado Savonarola en la famosa hoguera de las vanidades.

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