El vicepresidente chino, Xi Jinping, se reunió ayer en Washington con los máximos mandatarios estadounidenses en lo que podría considerarse parte de la puesta de largo ante el mundo de quien más que previsiblemente en octubre asumirá el liderazgo del Partido Comunista y en marzo del próximo año la presidencia de China. En el encuentro trataron todo tipo de asuntos que afectan a ambos países, a su relación y, por tanto, a todo el mundo, desde la política monetaria y el equilibrio comercial hasta los intereses geoestratégicos. Ambas partes hicieron públicamente declaraciones previsibles, comedidas y llenas de generalidades, referidas al respeto mutuo por un lado y a los derechos humanos por el otro, entre otras cuestiones. Pero más allá de la retórica diplomática, y sin negar su importancia, ayer en Washington se escenificó el encuentro entre el presente, decadente y liderado por una potencia en declive, y el futuro, que dependerá en gran medida de las decisiones de una China cuyo jefe de Estado será precisamente el actual vicepresidente Xi Jinping. El presente es tristemente conocido; el futuro, por su parte, de momento presenta bastantes incógnitas.