Exiliados birmanos, reticentes a creer en las reformas anunciadas por la Junta Militar, están reconsiderando su vuelta al país. Es el caso de Aung Naing Oo, que en 1988 cruzó a pie la selva para huir a Tailandia tras una revuelta estudiantil. Desde entonces se ha convertido en un reputado analista. «Este viaje de regreso simboliza la reconciliación con mi propio país y mi vida», manifestó. A su juicio, los cambios recientes son «una especie de milagro», aunque «hay muchos desafíos por delante».

En marzo de 2011, la Junta Militar se disolvió, transfiriendo el poder a un Gobierno «civil», que si bien ha estado controlado por exmilitares, ha sido capaz de llevar adelante drásticas reformas en un país que carece de infraestructuras adecuadas, de inversiones, de mano de obra cualificada y de un sistema educativo. «La gente me advirtió de que tan pronto como saliera del aeropuerto me encontraría en un mundo extraño. Pero, al llegar, te das cuenta que Myanmar está en lo más profundo de tu corazón», resaltó. «Creo que al país le espera un futuro maravilloso», añade San Jue May, estudiante de gestión empresarial.

El Fondo Monetario Internacional augura que Myanmar se convertirá en el nuevo destino de moda, mientras los inversores esperan el levantamiento de las sanciones por parte de Occidente.