Fermin Munarriz | Periodista
Al filo de lo imposible
Pertenezco a esa generación que se apasionó en su juventud por la aventura, los destinos recónditos y el vagar por el mundo sorteando bellezas y dificultades. En realidad no era diferente a las anteriores ni a las posteriores; tal vez en aquellos años, por las circunstancias del momento, resultaba más fácil encontrarse con emociones fuertes simplemente saliendo de casa o saltando de continente. Unos lo hacían en paredes de hielo, aquellos en selvas y desiertos, algunos en la mar de nuestros viejos, y otros acababan entre tiros o en lugares poco recomendables. Situaciones ligeramente incómodas...
Pero la vida pasa, cambia el mundo y cambiamos nosotros. Y cambia nuestra manera de ver las cosas. Como dice Indiana Jones, no son los años, son los kilómetros. Y ahora me resulta más difícil hallar la excitación que antes nos asaltaba en cualquier rincón de la aventura. Hace unos meses volví a una de las zonas más sugestivas de África: cientos de kilómetros de pistas de arena, desierto, sabana, aldeas remotas, el canto nocturno de las hienas, elefantes cortando el camino, leones azorados... Gatitos.
Los años o los kilómetros me hicieron pensar que se me iban agotando los espacios para la emoción. Ingenuo... Existe vida más allá: ¡los cruceros! Es lo que está de moda en actividades de riesgo. A decir verdad, siempre han sido para gente curtida, pero con la última cadena de desgracias es un género al alza. Sobre todo si son italianos. Tras la tragedia del Costa Concordia, los pasajeros del Costa Allegra han tenido que sobrevivir en pleno océano Índico cuatro días sin agua corriente, sin electricidad, sin higiene, pernoctando en cubierta y alimentándose solo con comida fría... Hasta la Cruz Roja y varias representaciones diplomáticas los esperaban en las Seychelles. Está subiendo mucho el nivel. Ahora se rescatan más cruceristas que exploradores.
Si a eso se añade, camino del embarque, el riesgo de quedarse tirado en un aeropuerto por una huelga de controladores comiendo Lacasitos, se me antoja que los cruceros llevan camino de ser deporte extremo. Como para esa gente ruda que choca la palma de las manos, casi con fastidio, después de haber salvado la vida una vez más. Porque como toda aventura, estas también son una metáfora de nuestras vidas y nuestra sociedad opulenta. A la deriva. Al filo de lo imposible.