Amparo LASHERAS | Periodista
Desvergüenza y, además, tardanza
Por primera vez en treinta y seis años, el Gobierno vasco se acercará al barrio de Zaramaga para recordar a los obreros asesinados y tiroteados por la Policía española el 3 de marzo de 1976. Al acto asistirá una representación del Ejecutivo, encabezada por la consejera de Justicia, junto a los dirigentes de CCOO y UGT en Euskal Herria. La noticia se descuelga en los medios sin sonrojo, como una concesión que debe de ser bien interpretada y hasta bienvenida a la historia de una matanza, cometida por el terrorismo de Estado, también asesino de por vida de ideas y de organización obrera. Una diría que el acto tiene mucho de desvergüenza y oportunismo, de desprecio y de cara dura política y sindical; las mismas aptitudes que, año tras año, les ha permitido negar ese terrorismo estatal y olvidar las justas reivindicaciones de aquellos trabajadores. En el «gesto» también existe una desconsideración humana que no consta en las arrogancias políticas. Y lo digo porque de pronto he recordado a los familiares de los obreros asesinados y su titánica lucha contra la impunidad durante treinta y seis años. En especial al padre de Romualdo Barroso, a quien conozco y estimo desde hace años. Igual que a los demás, a Romualdo le ha dolido el corazón durante décadas y la pena le ha hecho fuerte para perseverar en el sueño de su hijo. Hoy, este 3 de marzo de 2012, cuando a las seis de la tarde se acerque al monolito, sonreirá y tal vez no recuerde ni reconozca el porqué de los besos, las flores y la gente. Su tiempo se llama dolor y ausencia. Para Romualdo, el acto oficial será en balde. No le causará daño, ni le indignará. Nunca habrá existido.