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ENSAYO

El árbol del bien y del mal

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Iñaki URDANIBIA

Desde el árbol nombrado en el encabezamiento de este comentario, árbol bíblico él, el mal ha dado mucho trabajo a los humanos. Ahí está san Agustín y su invento -el «pecado original»- para exculpar a Dios; Leibniz, Spinoza, Kant, que no cejaron en buscar las supuestas razones del mal metafísico, del mal radical, o el balanceo estudiado por Lacan entre Kant y Sade, hasta llegar a la «banalidad del mal» de la buena de Hannah Arendt. Con ocasión de un libro, premio Goncourt, en el que Jonathan Littell prestaba los micrófonos a un ex-SS -quien venía a decir que, en aquellas condiciones, todo dios hubiese hecho lo mismo- se reavivó el debate. Se ha de subrayar, no obstante, que no «todo dios» colaboró con la industria de la muerte: unos escaparon, otros lucharon y murieron. Lo cual quiere decir que el mal no es inevitable, sino que se le puede resistir.

El psicólogo social americano no se va por las nubes ni por los cerros de Bizancio. Pisa tierra en un trabajo de campo exhaustivo que abarca desde experiencias históricas de tortura o de exterminación sistemática, como el llamado Holocausto, hasta la más repugnante actualidad de Abu Ghraib, en cuyo juicio estuvo presente como experto. Las entrevistas realizadas son numerosas, mas no queda ahí la cosa sino que su repaso también recurre a investigaciones de «laboratorio», cara a comprobar cómo seres absolutamente normales se suman a las más crueles y descabelladas anormalidades comportamentales (destacan las pruebas organizadas por Stanley Milgram sobre la obediencia o el EPS, Experimentos de la Universidad de Stanford, etc.). La información es amplia y detallada, ad abusum, sobre cantidad de casos y personajes-tipos, pudiendo extraerse de todo ello algunas conclusiones claras: que en la variación de comportamientos juegan un papel esencial los aspectos situacionales («la mala cesta»), amén de los imperativos grupales; es decir, como se puede ver en el caso de la siniestra prisión iraquí, refleja un intento de ser aceptado en el grupo de seres sin escrúpulos, a modo de enfurecidos adolescentes que muestran su capacidad de superar a sus congéneres, como quien dice: «Tú eres capaz de cometer esta bestiada, pero lo tuyo es un juego de niños comparado con lo mío»... «El Efecto Lucifer» es una celebración de la capacidad infinita de la mente humana para convertir a cualquiera en amable o cruel, compasivo o egoísta, creativo o destructivo, y de hacer que algunos lleguemos a ser villanos y otros «héroes».

Es un libro de grandísimo interés, del que estas escasas líneas no pueden dar cumplida cuenta. Concluiré diciendo que tanto el autor de este soberbio informe como el anteriormente nombrado Milgram, hijos ambos de emigrantes europeos -el primero siciliano; el otro, judío- conocieron en primera persona en los años cuarenta, en el instituto del Bronx en el que estudiaban, comportamientos aberrantes que les dejaron una huella imborrable.

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