crónica | desde siria
Bombas y violencia sectaria en Homs
A medida que aumenta el odio sectario, Homs se ha convertido en un escenario escalofriante que muestra lo que podría suceder si se desata una guerra civil en Siria.
Karen MARON
Homs representa una reminiscencia de la antigua Yugoslavia, donde se acuñó el término «limpieza étnica». Desde el comienzo de la sublevación el 15 de marzo de 2011, las fuerzas de seguridad habían tratado de retomar la ciudad. En el «Stalingrado de la revolución siria», la ciudad fue cediendo ante la implacable represión del Gobierno.
La cifra de muertos ha aumentado en los últimos días y la violencia sectaria parece haber cobrado un impulso incesante que ha desafiado los intentos de suníes, chiíes y cristianos de restablecer la paz.
Un prominente activista suní, que habló bajo condición de anonimato, utilizó el término shabeeha -una palabra árabe que se refiere a los paramilitares del Gobierno- para describir la evolución de la situación dentro de Homs. «Hay shabeeha en ambos lados», aseguró refiriéndose a la infiltración de servicios secretos dentro de las filas de los rebeldes.
También culpó al Gobierno de fomentar las tensiones sectarias «Me siento disgustado por lo que está sucediendo en Siria y tengo miedo de lo que pueda suceder», añadió.
Mohammed Saleh, un militante comunista de 54 años de edad, de extracción alauí y oriundo de Homs -excarcelado en 2000 tras doce años en prisón- fue testigo de cómo los insurgentes detuvieron una camioneta que trasladaba a obreros de una fábrica y de cómo pidieron a los cristianos y suníes que se retiraran y luego secuestraron a 17 alauitas. Enfurecidas, las familias de los alauitas salieron a la calle y al azar secuestraron a suníes después de exigirles su identificación. «Ellos saben qué religión profesan por su apellido», explicó.
Saleh aceptó la petición de medición de las familias de ambos lados. Tras varios días de negociaciones, y también a través de llamadas a los expatriados sirios, logró la liberación de las 36 personas secuestradas. Sin embargo, muchos otros siguen desaparecidos.
«Estoy en contra del régimen, pero también soy crítico con algunos revolucionarios. Estamos en contra del régimen y queremos que caiga, pero los revolucionarios tienen que presentar una alternativa mejor. Si la oposición va a ser similar al régimen esto será muy peligroso», subrayó.
Saleh no es el único en tratar de detener la violencia. Otros sunís y alauitas se le han unido para crear el llamado Comité de Solidaridad Popular, que ha tratado de aliviar las tensiones.
Los habitantes de Homs coinciden en que el tejido social está destrozado. Los paramilitares de ambos bandos han quemado casas y tiendas. Residentes alauitas y cristianos se han visto obligados a huir de sus aldeas de origen. Los secuestros, muchos de ellos al azar, se han acelerado. Los números son difíciles de evaluar ante el cerco mediático. Los residentes dicen que algunos presos se utilizan como moneda de cambio.
«Mi primo fue secuestrado y él es alauita. Lo encontraron muerto y con la cabeza cortada», recordó un activista disidente del barrio de Al-Zahra.
Otro activista suní restó importancia a la lucha, diciendo que los alauitas fueron secuestrados por venganza y negó que los insurgentes hubieran decapitado a alguien. Como otros, él insistió en que la violencia fue mínima en comparación con la ferocidad de la represión gubernamental.
Por su parte, los cristianos en Homs parecen haber tratado de mantener una posición neutral, una tarea ciertamente difícil. «Preferimos emigrar que tener armas y formar parte de una guerra civil», expresó George, que culpó al Gobierno de la mayor parte de la violencia. No obstante, también acusó a los insurgentes suníes de matar los alauitas para expulsarlos de tres barrios de la ciudad, donde el apoyo a Al-Assad es fuerte.
Desde que comenzó la ofensiva militar contra Homs, considerada la cuna de la rebelión, la lucha ha sido feroz. «La batalla es cuerpo a cuerpo», aseguraba a GARA un alto funcionario.
El Gobierno no ha escatimado esfuerzos militares para retomar la ciudad. Prueba de ello es el envío de la Cuarta División Acorazada, liderada por el general Maher al-Assad, hermano del presidente Bashar al-Assad.
Esta unidad de élite despierta el pánico entre los opositores por su reputación ya que, desde el inicio de las protestas, estuvo a cargo de la represión en ciudades rebeldes como Deraa o Yisr al-Shugur. Los propios integrantes de estas tropas pintan sus blindados con el lema «Monstruos de la Cuarta División».
El ejército, en cifras
El régimen sabe que esta es su unidad más leal ante el temor a las deserciones en el Ejército -que según diplomáticos turcos ascienden ya a 40.000, si bien las autoridades sirias las niegan de manera categórica-.
El Ejército sirio, compuesto por alrededor de 400.000 efectivos -de acuerdo a datos del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres-, tiene 300.000 soldados repartidos principalmente en dos cuerpos, cinco divisiones blindadas, tres divisiones de Infantería mecanizada y una división de Fuerzas Especiales de paracaidistas y comandos.
En cuanto a la división de blindados y artillería, posee 4.050 tanques pesados (de las marcas T-54 T-55, T-62 y T-72 soviéticos), 500 blindados de reconocimiento, cerca de 3.800 vehículos de Infantería y de transporte, 2.000 cañones, 150 cañones autopropulsados, unos 250 lanzacohetes, 54 lanzamisiles tierra-tierra -18 Frog-7, 18 SS-21 y 18 Scud B soviéticos- y 1.700 cañones antiaéreos.
Bashar al-Assad sabe que puede confiar en la firme actuación de su hermano Maher Al-Assad, considerado el «número dos» del régimen, lidera la Guardia Republicana y la Cuarta División Acorazada.
Hace treinta años, las tropas de élite dirigidas por Rifaat al-Assad, hermano del entonces presidente sirio, Hafez al-Assad, lanzaron un brutal asalto contra otra ciudad que también se había levantado en armas contra el régimen. Entonces como ahora, el hermano del líder tenía a su cargo la operación militar. La artillería y los blindados de Rifaat arrasaron la ciudad de Hama, donde los Hermanos Musulmanes habían organizado una rebelión armada y ejecutado a las autoridades civiles y militares.
Uno de los testigos del ataque, Bilal Homsi, confesó que ayudó a recoger restos humanos diseminados tras la ofensiva de las Fuerzas Armadas.
Fuentes del servicio de seguridad en Damasco daban por hecho el control sobre la región de Homs. «El Ejército ya ha empezado la búsqueda de armas y de terroristas. Está rastreando cada sótano y cada túnel». No obstante, reconocieron que aún había algunos focos de resistencia.
Antes de que se produjera la retirada táctica del Ejército Libre Sirio, los combates se recrudecieron en el perímetro de Baba Amr entre el Ejército y grupos de desertores que querían impedir el asalto al barrio, «bombardeado de manera intermitente», según denunció Hadi Abdalá, miembro de la Comisión General de la Revolución Siria.
Abdalá denunció que los bombardeos han sido indiscriminados, causando daños en edificios habitados y mezquitas. Según su testimonio, las fuerzas gubernamentales han empleado armamento pesado, como disparos de mortero.
El fuego procedía de tres lugares específicos: de la sede de los servicios de Inteligencia en Homs, del barrio de Karam Chemchem -habitado por una mayoría alauí, la minoría religiosa a la que pertenece la familia de Al-Assad- y de un puesto de control militar establecido en las afueras de la ciudad.
«Las fuerzas del régimen pudieron cortar una ruta clandestina a través de la cual llegaban provisiones y el acceso a la ciudad está completamente suspendido», admitieron varios jefes del Ejército Libre Sirio.
El subcomandante en jefe del ELS, el coronel Malik Kurdi, confirmó la retirada de sus combatientes después de una fuerte resistencia para repeler la entrada en el barrio de las tropas leales a Al-Assad.
Destacó que la campaña del Ejército sirio estuvo respaldada por intensos bombardeos y la participación de unos 7.000 soldados. La información que llegaba al extrarradio de la ciudad daba cuenta de la destrucción «centímetro a centímetro» del bastión de la oposición. «Recen por el Ejército Libre Sirio», pidieron los opositores armados en un comunicado.
El heterogéneo grupo de desertores del Ejército e insurgentes que se hace llamar la Brigada Farouq del Ejército Libre Sirio prometió luchar hasta el final. Aunque algunos líderes de la unidad ya habían huido del arrasado distrito.
«Pedimos a todos los sirios de otras ciudades que se movilicen y hagan algo para terminar con la presión sobre Baba Amr y Homs. Deben actuar rápido», suplicó un residente del barrio asediado, que carecía de suministro eléctrico y de comunicaciones telefónicas.
Mientras los grupos armados acusan a Damasco de bombardeos que han dejado cientos de víctimas mortales, el régimen sigue alegando que son los rebeldes quienes abren fuego contra los barrios de Homs y «fabrican vídeos» para luego mostrar- los como pruebas de una supuesta agresión gubernamental y «provocar la intervención extranjera».
Ward, un residente de la ciudad, aseguró que el barrio de Al-Jalidiya fue el más afectado tras ser bombardeado con bombas con metralla, proyectiles y obuses de tanques.
«Es una catástrofe en todo el sentido de la palabra», resaltó. Explicó que los heridos reciben tratamiento en sus barrios por parte de estudiantes de medicina voluntarios. «Hay todavía algunos cadáveres debajo de las casas derrumbadas y los estamos sacando con nuestras propias manos por falta de equipamiento adecuado», relató.
Los médicos no tienen más remedio que suturar las heridas con hilo para coser ropa, mientras que los civiles hambrientos se arriesgan al fuego de francotiradores o de los bombardeos por conseguir alimentos.
Un portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), Hicham Hassan, advirtió de que la violencia estaba agravando la situación humanitaria.
«Es esencial evacuar a las personas que lo necesitan y hacerlo conjuntamente con el Creciente Rojo Sirio», agregó. El Creciente Rojo Sirio ha establecido diez puntos de distribución y primeros auxilios.
Y mientras se intenta controlar por completo «el Stalingrado de la revolución siria», las tropas regulares bombardeaban la a ciudad de Rastan, a 20 kilómetros al norte de Homs; Helfaya, un bastión opositor cerca de Hama, y Harasta, en el este de Damasco.