Iñaki LEKUONA | Periodista
Y encima se quedan
No quiere irse. A Nicolas Sarkozy le han perdido el respeto incluso en el seno de su propio partido, donde ya comienzan a afilar navajas en previsión de una guerra de sucesión. Pero no quiere irse: el presidente de la República se aferra al trono con uñas y dientes. Así lo demostró ayer en su mitin de Villepinte. O el martes pasado en un programa de debate televisivo. Le puede la ambición.
Como a su mujer, que tampoco quiere irse: Carla Bruni-Sarkozy, ha decidido luchar. Y si su marido «así lo quiere», le acompañará a todos los actos de campaña para reconquistar el corazón de los ciudadanos de la República. Por eso, allí estaba el martes en el plató, defendiendo tras las cámaras el honor de su marido, como por ejemplo, cuando se le reprochó que en tiempos de crisis el presidente de la República no repare en gustos ni gastos. «¡Somos gente modesta!», se defendió Carla sacando la garra de hija de humildes industriales italianos.
No quieren irse. Es normal. Sus ingresos no dejan de incrementarse desde que, hace cinco años, el hombre que trabaja el doble cruzara el umbral del palacio presidencial como nuevo inquilino tomando austeras decisiones como aquel aumento de sueldo del 172%. Y qué decir de Carla, que ha revalorizado su carrera de modelo y cantante convirtiéndose en primera dama de Francia y bienhechora de una fundación que lleva su nombre y que ingresa millones, como esos casi tres que le han llegado, eso sí de manera un poquito irregular, desde el Fondo Mundial contra el Sida.
No quieren irse y aunque los sondeos auguran que no se quedarán, tienen aún la desfachatez de quedarse con todo el mundo. Gente modesta, dice. Molesta, más bien.