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José Ángel Saiz Aranguren | Profesor de filosofía y concejal de Bildu en Zizur Nagusia

Ética versus política

 

Un edil del Ayuntamiento de Iruñea pide perdón públicamente por dar posi- tivo en un control y dice que nunca más volverá a ocurrir. Pero, ¿adónde estamos llegando? Tendrá que disculparse ante el municipal que le multó, ante su familia por el gasto ocasionado (que sí lo hace) o ante su religión si le prohíbe el alcohol, pero ante nosotros, por favor, no. No será mejor o peor político por este hecho, sino por sus acciones de gobierno, sus pactos, etc... Lo mismo sucede con Strauss-Kahn. Se le podrá denominar proxeneta, infiel o cabrón, pero nunca mal político o nefasto dirigente del FMI por las orgías que se montaba. Los problemas los tendrá con las mujeres implicadas, con su mujer o con la justicia pero nunca con la sociedad política. ¿Fue Bill Clinton un mal presidente por los escarceos a escondidas con la becaria Lewinsky? Claro que no. Es triste que de Camps sólo se sepa que tiene los armarios llenos de trajes y no podamos juzgarle por su pésima gestión en Valencia o por la bancarrota real en la que se encuentra esa comunidad.

Aclaremos un poco: si una persona es amable o antipática, juerguista o abstemio, viciosa o virtuosa, no influye para que sea un buen político. La frontera está muy clara. Unos son los fines privados de mi moral y otros los fines del partido o del Estado. Y no los podemos mezclar. Si alguno no sabe distinguirlos, no puede juzgar la actividad pública. Al político se le debe exigir ser justo pero no santo. Se dice que es bueno que los políticos no solo sean buenas personas sino que lo parezcan, pero es bueno para ellos. Otra cosa es que en las sociedades modernas existan comportamientos concretos de acuerdo con la actividad que se desempeñe. Es la deontología (ta deonta: lo debido). Es importante que en política se cumplan ciertos requisitos concretos en su función pública (trasparencia, evitar secretismos...) que ya hemos olvidado. Por ejemplo. Un edil regionalista de Burlada dimite, no por su nula aportación en su Ayuntamiento, sino porque falsificó facturas en otra ocupación. No solo eso, sino que su sustituto lejos de explicar qué hará en su nuevo cargo (política) declara, y tiene 61 años, que no viene a hacer carrera política (ética).

Savater hace unos años decía que sanar la política con dosis de ética es una ilusión engañosa de la que hay que despertar. Así como una persona será buen médico si me cura aunque sea fumadora, otra será buena política si me dirige justamente aunque sea un mal padre o madre. La política busca mejorar las instituciones; la ética mejora las personas. Y aquélla no se mejora con buena voluntad, es decir, porque las personas sean buenas. Hoy en día la moral parece una señora que se busca para corregir a la clase política. Qué nos importa que Urdangarin eludiese la mili por sordera, o que Marichalar se pasase de la raya o que el monarca enumere sus amantes. Políticamente hablando, las monarquías no son obsoletas por estos escarceos, sino por otros argumentos.

El ministro José Manuel García-Margallo considera de una «profunda falta de ética» las bromas emitidas por Canal Plus francés. Igual se han rebasado normas audiovisuales, deportivas o políticas (no lo creo), pero normas morales seguro que no.

No podemos resolver la política (ni el deporte) con inyecciones morales. La ética es la intención del individuo frente a sus obligaciones personales. Siempre está en nuestras manos y actúa según cada conciencia. No busca acuerdos, sino que depende del individuo en su libertad. En cambio, la política no está en nuestras manos; siempre necesita el acuerdo de los demás. Es una pena, pero intentamos que los políticos dimitan por escándalos privados y no por sus malas gestiones públicas. Spinoza se manifestaba claramente al afirmar que un Estado cuya salvación dependa de la buena fe de alguien y cuyos negocios solo son bien administrados si quienes los dirigen quieren hacerlo con honradez, no será en absoluto estable. Para mantener un Estado no importa qué impulsa a las personas a administrar bien las cosas, con tal de que sean bien administradas.

Ahora bien, si encima introducimos la religión, el trío funciona peor. En otro medio de comunicación escribe Mikel Aram- buru (miembro del Consejo de Dirección de Zabaltzen) contestando a una portavoz de la izquierda abertzale por defender el planteamiento político frente al perdón que pertenece a la religión y al discurso de relicario o de confesionario. Dice Mikel Aramburu que no debemos permitir que se separe cualquier planteamiento político de las consideraciones éticas profundas. Y no solo eso, sino que pide un perdón laico. Por favor, alejemos la religión del ámbito político. Shopenhauer escribió que un estado puede funcionar mejor o peor, pero jamás puede ser moral ni exigírselo. Es decir un estado que evitase crímenes políticamente ganaría mucho pero moralmente nada.

Y es que no se pueden apagar, decía Savater, los incendios forestales con un hisopo de agua bendita. Que soliciten perdón y arrepentimiento los obispos (como lo han hecho) me parece normal y justo. Pero en política no existe el perdón. Tampoco el arrepentimiento. Eso es retórica moralizante. En política se traducen como condena judicial. No es, como señala el miembro de Zabaltzen, vivir como si aquí no hubiera pasado nada. Claro que ha pasado y por eso algunos han sido condenados y otros han salido condecorados.

Ahora bien, pedir perdón y rezar de forma laica y con guitarra cinco padresnuestros será una cuestión individual y seguramente provechosa para el creyente. Pero nunca podrá ser una cuestión política. Porque lo preocupante no es la ausencia de ética en la política, sino la falta de principios políticos. La clase política no debe exigir perdón, sino justicia. Ahora bien, como expresó Quevedo, donde hay poca justicia es un peligro tener razón.

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