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Dabid LAZKANOITURBURU Periodista

Sarkozy o el arte del prestidigitador político

El Elíseo ha rozado la perfección en la gestión de los tiempos y de la información en torno al mortal desenlace de los sangrientos tiroteos en la región de Toulouse.

Con la salvedad quizás del fleco en torno a los fallos preventivos de sus servicios secretos, Sarkozy, amparado en su doble condición de presidente y candidato, ha vuelto a mostrar una maestría en el arte de la prestidigitación política que contrasta con su desastrosa gestión de lo público.

Tampoco es de extrañar su auge en las encuestas ante un rival, François Hollande, mediáticamente plano. Mal haría su formación, el PS, si cae en el mismo error que antaño y deja que la «seguridad» centre la campaña.

No parece, sin embargo, que el hartazgo de buena parte del electorado francés con Sarkozy se vaya a diluir y, en espera de que la primera vuelta no arroje un resultado sorpresa -nadie ha olvidado el cataclismo que supuso el pase a la segunda vuelta de Le Pen en 2002-, el duelo presidencial promete.

Pero el contexto electoral y los dramas humanos vividos deberían ser una invitación para reflexionar sobre las envenenadas herencias de la política exterior francesa. Medio siglo después del final de la Guerra de Argelia, el Estado francés participa en una ocupación, la de Afganistán, que despierta la ira musulmana. Y es cómplice de un Estado israelí que alimenta el victimismo del antisemitismo para justificar su palestinofobia. Porque tan injustificable es disculpar la muerte de civiles judíos en una escuela por la causa palestina como utilizarla para enterrar las críticas por la condena a muerte de todo un pueblo, el palestino.