Antonio ALVAREZ-SOLÍS Periodista
Los imbéciles
Uno de los rasgos que delata la incapacidad del sistema para abastecer de una ideología sana y vigorosa a la calle es la habitualidad con que sus líderes tratan de imbéciles a los ciudadanos a fin de mantenerles en el redil de sus intereses. Un ejemplo. El Sr. Sarkozy, ese extraño húngaro convertido en hiperpresidente de Francia, ha dispuesto que será punible consultar con reiteración las páginas de Internet que hagan apología del terrorismo. Francia fue durante más de dos siglos el faro de la libertad de pensamiento y de la ilustración en Europa. Ahora resulta que los franceses se han vuelto imbéciles y hay que protegerles de su legítima curiosidad intelectual respecto a estas cuestiones. Es significativo a este respecto que el Sr. Sarkozy llamara imbécil a un periodista francés que le formulaba una pregunta sobre una cuestión de Estado. En un papel sobre el presidente se dice que los franceses quisieron tener un presidente fuerte y que lo único que han logrado es «una ruptura con los principios fundamentales de la nación francesa».
Y ahora vayamos a nuestra alegre vicepresidenta del Gobierno. La Sra. Sáez de Santamaría ha dicho que se abstendrá en toda relación del Gabinete con la Telefónica, puesto que su marido ha sido nombrado asesor jurídico de la misma. ¡Perfecto! Ahora bien, ¿es exigible que los ciudadanos creamos en esa inocencia? ¿No sería más adecuado que el marido de la vicepresidenta hubiese renunciado a esa bicoca, puesto que ya era abogado del Estado? ¿Es preciso que hagan de nosotros unos imbéciles capaces de creer en tan a seráfica relación matrimonial? ¿Quién puede asegurar tan ejemplar castidad?