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Convertir la huelga general en una jornada de éxito no será suficiente esta vez

No hacen falta grandes dosis de análisis para anticipar que la huelga general convocada para este jueves será una de las más importantes de las últimas décadas en Euskal Herria. Todas las condiciones están dadas para ello. Y, de hecho, el promotor de la reforma laboral que ha sido su detonante final, el presidente español, Mariano Rajoy, fue el primero que conocía perfectamente ese escenario cuando deslizó ante su homólogo finlandés, Jyrki Katainen, la afirmación de que «esto me va a costar una huelga general», algo que ya en su día no pareció un desliz indiscreto, sino más bien un sibilino acuse de recibo previo con el que La Moncloa puso la venda ya sobre la herida que se disponía a abrir.

La coincidencia de fecha entre la convocatoria inicial de los sindicatos abertzales y la posterior de los de obediencia estatal contribuirá, obviamente, a potenciar la movilización social en Euskal Herria. Pero sobre todo lo hará la constatación de que las medidas que se van articulando en estos últimos cuatro años, hasta llegar a esta reforma laboral, afectan a prácticamente todo el conjunto de la ciudadanía, con un impacto muy profundo y difícilmente reversible. De modo muy dramático a las personas -ya cerca de 225.000 en el conjunto de los siete herrialdes- que quieren trabajar y no pueden hacerlo, a las que ya se anticipa que esta reforma laboral tampoco creará empleo. A los asalariados, cuyas condiciones de sueldo y estabilidad retroceden muchos años. A los jóvenes y las mujeres, condenados a un panorama de precariedad e incertidumbre asolador. A los pensionistas, en proceso de pauperización constante. A los funcionarios, afectados especialmente por los recortes de presupuestos públicos. Y también a cooperativistas y autónomos. A estos últimos, por ejemplo, se les quiere engatusar con la opción de despedir más barato, cuando su verdadero problema es que, ante la falta de crédito y el descenso del consumo que conllevan estas medidas, están abocados al cese de negocio.

Nadie ni nada se libra, así que es toda una sociedad, ni siquiera una clase concreta, la que está cargada de razones para defender su presente, y sobre todo su futuro.

Dos agendas por hacer

La evidencia de que la huelga general está descontada, amortizada -incluso por el propio Rajoy- y que tendrá un resultado rotundo en Euskal Herria invita ya a centrar el análisis más allá de esa jornada. Más aún cuando las protestas similares desarrolladas en Euskal Herria desde el estallido de esta crisis en 2008 (mayo de 2009, junio de 2010, enero de 2011) tuvieron un impacto inmediato contundente pero un recorrido posterior muy corto. La evolución de estos cuatro años muestra que la crisis no solo no ha pasado factura alguna a sus responsables, sino que son estos los que están sacando tajada de la situación. Tan triste como real.

Así las cosas, lo peor que le puede ocurrir a una huelga general es que se convierta en un objetivo en sí misma, incluso en un ritual periódico, y no en una herramienta de transformación efectiva de la actual situación. Por ello, resulta importante que el 29M sea un día de fuerte respuesta en Euskal Herria, pero es imprescindible que sea sobre todo el primer día de la construcción de una poderosa alternativa de cambio real.

El atasco mental que evidencia la izquierda a nivel planetario demuestra que no es fácil articularla, pero sería exigible al menos que la huelga general del jueves dé paso a una agenda sobre la que empezar a construir otro futuro. O, más bien, a dos agendas: una inmediata, de resistencia frente a la sucesión de ataques que se viene produciendo y que sirva al menos para paliar los daños irreversibles que provoca, y otra a medio-largo plazo, que tenga como horizonte el logro de la soberanía vasca, único antídoto efectivo dado que de Madrid y París no se puede esperar otra cosa que no sea ruina, desigualdad, especulación y desmovilización.

Una sociedad con derechos y deberes

Estas dos agendas deberían ir en paralelo y alimentarse mutuamente. Argumentar que nada se puede hacer hasta que Euskal Herria sea soberana y renunciar a las capacidades de las que ya dispone en todos los ámbitos sería como caminar mirando solo al horizonte para acabar tropezando en la primera piedra. Del mismo modo, apuntar con la mirada solo al suelo y perder la referencia de objetivos finales también lleva a perder el rumbo.

En este proceso, Euskal Herria tiene que articularse también como una sociedad adulta, con una ciudadanía tan combativa por sus derechos como consciente de sus deberes. En un contexto que invita al «sálvese quien pueda», tras el 29M llegará un 30M para tejer consensos, buscar objetivos comunes, demostrar actitudes de solidaridad y de corresponsabilidad. En ese sentido, el impulso a las fórmulas de recogida selectiva de residuos se está convirtiendo en modelo de la potencialidad de cambio de la sociedad vasca, pero a la vez en reflejo de la falta de futuro a la que lleva entender la ciudadanía solo como catálogo de derechos y no, también, de deberes. Las cosas no cambian en un día, sino en el día a día.

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