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Iker Casanova Alonso | Escritor

Un nuevo ciclo político (y II)

En mi anterior artículo (GARA, 26-2-12) afirmaba que la conjunción de acontecimientos de gran trascendencia acaecida en los últimos meses nos situaba ante un nuevo ciclo político que podría calificarse como el tercer gran periodo en la moderna lucha de liberación nacional de Euskal Herria. Tras haber superado el intento de exterminio franquista y el intento de asimilación de la pseudodemocracia española, nos encontramos ahora en la necesidad de pasar a la ofensiva y de caracterizar la nueva etapa como la de la construcción de una alternativa independentista y socialista. Para ello hemos de dotarnos de una nueva estrategia en los ámbitos de la construcción nacional y social y luego readecuar las estructuras organizativas a esa estrategia.

La primera pregunta a la hora de definir una estrategia independentista viable es ¿cómo se consigue la independencia de una nación perteneciente a un estado europeo internacionalmente legitimado en pleno siglo XXI? Al margen de lo que digan las leyes españolas, la independencia de Euskal Herria llegará cuando exista una mayoría social amplia y blindada en la sociedad vasca que la desee firmemente y esté dispuesta a luchar por ella y exista una representación institucional de esa mayoría comprometida con la materialización de esa voluntad. De forma complementaria, pero también imprescindible, se requiere la existencia de sólidas bases para la sostenibilidad económica del nuevo estado y la aceptación por parte de la comunidad internacional del cambio de estatus. El planteamiento de estos requisitos no supone un abandono del objetivo independentista ni una excusa para la inactividad, sino que constituye una lista de deberes para el movimiento soberanista.

El principal desafío de este proyecto es la construcción de una mayoría independentista. No debemos dejarnos deslumbrar por los éxitos electorales de la nueva apuesta política, ya que más que un ensanchamiento real de la base independentista reflejan un reagrupamiento del voto abertzale de izquierdas hasta ahora fragmentado. El cambio que necesitamos es un cambio sociológico estructural que requiere su tiempo. El reto consiste en fortalecer las bases culturales, sociales y simbólicas de la identidad vasca para atraer al independentismo a sectores que hasta ahora están indecisos y socializar en clave vasca a las nuevas generaciones. El nuevo ciclo ofrece oportunidades inéditas para las políticas de alianzas, el trabajo institucional y la lucha ideológica, de tal forma que esta tarea que hasta ahora hemos venido llamando construcción nacional podría emprenderse a una escala mucho mayor que hasta la fecha.

En el ámbito social nos encontramos en un momento histórico complicado, con la confluencia de dos realidades contradictorias: por un lado aparece una profunda crisis del sistema capitalista, que en lo que nos toca más cerca se ve ya incapaz de sostener los niveles de consumo y asistencialidad que hasta ahora ha utilizado como elemento de control ideológico de las clases populares, y por otro, nos encontramos con la falta de una alternativa sistémica sólida desde la izquierda, lastrada aún por la caída del socialismo real y minada por décadas de influencia social del pensamiento único.

Esta realidad dual nos obliga a generar propuestas a un doble nivel, tanto en la defensa de las conquistas y derechos de la clase trabajadora como en la formulación de un paradigma socioeconómico alternativo. En este último terreno, la izquierda abertzale ha de reclamar un modelo que denominamos socialismo, lo suficientemente definido como para evidenciar que hablamos de un sistema político-económico diferente al capitalismo (justicia social, democracia participativa, respeto al planeta, desaparición del patriarcado, peso determinante de lo público en la economía...), pero igualmente abierto a matizaciones e incluso indeterminaciones para evitar que diferencias ideológicas estratégicas interfieran en la imprescindible confluencia táctica de todos los sectores de la izquierda. Igualmente es necesario trabajar en la creación de espacios que anticipen ese modelo socialista, como experiencias de democracia directa, creación de redes de producción-distribución alternativas, puesta en marcha de proyectos de ecourbanismo, etc.

La izquierda abertzale debe reivindicar con orgullo su historia y sus señas de identidad, mantener sus valores éticos, su cultura militante y sus principios ideológicos, pero debe renovar su estrategia y su modelo organizativo para adecuarlo a las necesidades de esta nueva fase. Esta renovada izquierda abertzale ha de convertirse en el núcleo de una gran alianza independentista-progresista con vocación de convertirse en la fuerza política mayoritaria de Euskal Herria y alcanzar la gestión del mayor espacio institucional posible, siempre desde la conexión y la complementariedad con los movimientos sociales.

En esa línea, las alianzas electorales que hasta ahora se han estructurado con gran éxito deberían tender hacia la creación de una plataforma estable de trabajo para todos los independentistas de izquierda. Una coalición con un nombre y un proyecto táctico definido con la cual iniciar un largo ciclo de acumulación de fuerzas electoral y social. Esta alianza política debería tratar de convertirse en la fuerza de gobierno más progresista de Europa y en ella tendrían cabida desde que el aspire a una reforma en profundidad del actual sistema político-económico hasta los defensores de la más radical de las revoluciones, siempre que entiendan que a corto plazo el mejor escenario para el avance de sus ideas es una sociedad más progresista.

Es obvio que uno de los aspectos determinantes del nuevo ciclo es el mayor peso que va a tener la lucha institucional. Esta acción en las instituciones no puede convertirse en un fin en sí misma, en un mecanismo para alimentar una maquinaria de partido y un entramado económico paralelo, sino que debe tener por objetivo la transformación social progresiva y el fortalecimiento de la identidad vasca, y ha de concebir la participación en el actual aparato institucional como un paso táctico hacia un sistema verdaderamente democrático.

Para mucha gente resultará frustrante comprobar cómo el control de un amplio espacio institucional no se traduce en la consecución de nuestros principales objetivos y que, además, las necesidades de la gestión cotidiana pueden hacer que dé la impresión de que a veces realizamos movimientos que parecen indicar una rebaja en nuestros postulados. Sin caer en una defensa a ultranza del pragmatismo, deberemos aceptar con naturalidad y realismo que este trabajo se realizará en una permanente dialéctica entre lo deseado y lo posible. Solo hemos de ser absolutamente intransigentes en la máxima exigencia ética hacia los cargos públicos, y deberíamos implementar desde ya y de forma unilateral nuevos controles y mecanismos de transparencia que alejen cualquier sombra de duda sobre la gestión pública. Igualmente, hemos de ser muy cuidadosos para evitar que se genere una brecha entre la representación institucional y la base social y el movimiento popular, para lo cual deberemos establecer detallados canales de control, información y participación.

El nuevo escenario produce el vértigo de lo novedoso. La situación no está exenta de riesgos, el más evidente que la izquierda abertzale entre en un proceso de asimilación para acabar transformándose en una fuerza política al uso. La fuerza corruptora del sistema es grande, y trabajar con un pie dentro del actual entramado institucional tiene sus riesgos. Habrá que ser muy estrictos con nosotros mismos, en algunos casos quizás más que hasta ahora. Pero las oportunidades que se abren hacen que el escenario en su conjunto sea ilusionante: contar con la participación de personas que hasta ahora se han mantenido al margen de la acción política, aprovechar las sinergias de la confluencia de distintas organizaciones políticas, disponer de la colaboración de una parte de las instituciones, recibir la aportación cualificada de amplios sectores científicos e intelectuales, reubicar en el proceso de construcción nacional y social una cantidad ingente de energía militante liberada de las dinámicas unidas a la estrategia político-militar, acceder de forma limpia y transparente a mayores recursos económicos y materiales para desarrollar la actividad política, eliminar barreras psicológicas y emocionales de amplios sectores de nuestro pueblo y la comunidad internacional hacia nuestros planteamientos... elementos aún en fase potencial pero que se asoman en el horizonte como importantes instrumentos con los que desarrollar nuestra lucha de liberación nacional y social de la forma más eficaz posible.

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