(Traducción: GARA)

El terrorismo, cualquiera que sea su intensidad, su grado de organización o de improvisación, plantea una pregunta de enormes proporciones para la democracia: ¿cómo defenderse? Frente a este tipo de violencia, algunos estados se liberan de las normas del derecho: la legislación de emergencia, la suspensión de las libertades civiles, un mayor control de los ciudadanos vía indexación o la vigilancia de las comunicaciones. La idea es, básicamente, que el terrorismo se aprovecha de las «debilidades» de la democracia y que esta debe dejarse a un lado, entre parentesis. Existen otras respuestas que buscan enfrentarse al terror mediante un aumento de las libertades adicionales, informando a los ciudadanos y reafirmando a ultranza de los principios fundacionales. Dos visiones, dos modelos: la de Estados Unidos tras el 11 de setiembre y la de Noruega después de la carnicería de Utoya.

Francia sale traumatizada después de una semana de horror. Último episodio: un tiroteo de violencia insensata, durante varios minutos, en plena ciudad de Toulouse. ¿Cómo es esto posible? Los servicios de inteligencia, que son capaces de movilizar todo su poder por una tienda de Tarnac y por las facturas detalladas de teléfono de periodistas, ¿han fallado gravemente? ¿Por qué han subestimado el potencial de daño de una persona a la que conocían? La opción del cerco del sospechoso ¿era la más adecuado? El tiempo propio y las prioridades de la política ¿han influido en el trabajo de los policías? La unidad nacional, proclamada y respetada, debe ir acompañada siempre de una trans- parencia total.