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CRíTICA teatro

De cartón

Carlos GIL

Se nos señala que este espectáculo parte de una inspiración latente en un texto de Eduardo Galeano en donde compara a los ciudadanos actuales con una suerte de gallinas que viven en un ciclo de consumo exacerbado sin más solución de continuidad. De esa advertencia partimos. Las máscaras se convierten en unos elementos autónomos que parecen portar a unos cuerpos que solamente les sirven de soporte. Es una metáfora en espiral, al igual que todos los elementos escénicos, fabricados con cartón, que dan una sensación de precariedad, o de contenedores de huevos, como si lo único importante fuera comer, producir, consumir. Todos partimos y acabamos en el huevo.
 
Hablamos de las máscaras porque son impactantes, pero que se nos quedan colgadas en el cuadro escénico, ya que no son fruto de una construcción actoral que culmina en ellas, sino que empieza y acaba casi todo el discurso interpretativo en esa presencia plana, lo que impide el desarrollo de las historias más allá de las obviedades que se nos ofrecen con una gestualidad muy poco sutil. El equipo actoral cambia de máscaras, pero no de actitud física, con lo que crece la confusión.
 
Las historias, supuestamente clownescas, se nos aparecen incomprensibles, inanes. La gracia no reside en lo que sucede en el escenario. Quizás en alguna intención secreta. El ritmo interno es inexistente, el externo extenuante por disperso. El espacio escénico parte de una buena idea muy mal realizada y utilizada de manera impropia por la dirección, que hace aguas por todos los lados por inconsistente y falta de pulso. Vestuario primario. Iluminación y banda musical efectistas, sin aportar mucho a la dramaturgia. Es de esperar que tras este estreno alcancen concreciones de mayor entidad. Lo ofrecido está en un estado no aceptable para la importancia histórica de la compañía.
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