(...) Tratar de constreñir el asesinato de Tolosa a la personalidad del agresor, a sus presuntas actividades delictivas o de situar el crimen en un determinado ambiente social supondría analizar de forma errónea, por parcial, el problema para obviar las orígenes de una terrorífica violencia que ni tan siquiera los datos -400.000 mujeres, el 6,3% de la población femenina del Estado, sufren o han sufrido maltrato- son capaces de reflejar en toda su verdadera dimensión. Cuando solo el pasado año el machismo causó la muerte de 60 mujeres en el Estado (tres en Euskadi) a las que hay que sumar otras diez en los primeros tres meses de este 2012, aún hoy el 1,4% de la población justifica la violencia con la que al fin se desencadenaron todas esas muertes debido a que en el sustrato socio-cultural de lo que se denominan sociedades desarrolladas permanece todavía inserto el gen de la desigualdad o, más claro aún, de una irracional y trágica preeminencia masculina grabada durante siglos y a la que el hombre no termina de renunciar. (...) Solo esa tara puede estar detrás de que ni siquiera las nuevas generaciones sean capaces de superar lo que constituye una de las violaciones de derechos humanos más grave y extendida en todas sus formas, lo que se traduce en que, lejos de reducirse su incidencia, el pasado año, por ejemplo, se incrementaran un 12% los delitos contra la libertad sexual o un 13% los episodios de violencia machista. Por tanto, no se trata, aunque también, de un más o menos intrincado problema de seguridad. No se trata, aunque también, de aumentar la protección policial y el número de escoltas. Ni de un problema de adjudicación de la responsabilidad en la atención a las víctimas y la lucha contra una violencia estructural en nuestra sociedad. Se trata, especialmente, de seguir impulsando la sensibilización y la educación que, aun de modo insuficiente, va haciendo visible una lacra universal que no puede ocultarse tras las características específicas de cada caso concreto.