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CRÓNICA | FORO CÍVICO CONTRA LA TORTURA

Los gritos de Esteban Muruetagoiena, resuenan aún treinta años después

Esteban Muruetagoiena salió del juzgado «destrozado, desorientado y diciendo incoherencias». Su cuerpo y su forma de actuar no dejaban lugar a dudas de lo que había vivido durante los diez días de incomunicación en manos de la Guardia Civil. 30 años después, su hija Tamara pide que «se dé luz a la tortura» y se acabe con «tantos años de oscuridad».

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Ainara LERTXUNDI

El doctor Esteban Muruetagoiena fue detenido en su domicilio de Oiartzun en la noche del 15 al 16 de marzo de 1982 acusado de haber atendido, en calidad de médico, a un militante de ETA herido, hecho por el cual había sido absuelto tres años antes. Nadie supo de su detención hasta dos días después, cuando, alarmados ante su ausencia en el consultorio, varios vecinos del municipio fueron junto al alcalde a su casa. Nada más llegar, se percataron de que algo le había sucedido. Tras varias gestiones e indagaciones, supieron que había sido arrestado y trasladado a la Comandancia de la Guardia Civil en Madrid.

Diez días después quedó en libertad sin cargos. Pero ya no era la misma persona. «Cuando lo vimos en los juzgados después de que lo dejaran libre, no entendíamos su comportamiento. Estábamos sorprendidos por las cosas que decía, algunas totalmente incoherentes. En ocasiones pensaba que éramos poli- cías y ni siquiera sabía dónde estaba. He visto a personas golpeadas y medio muertas, pero lo de Esteban era diferente. A nivel sicológico estaba derrumbado. Cuando a los pocos días murió, lo entendí», recordó ayer Bixente Ibarguren, arrestado en la misma operación junto a dos hermanos y otras dos personas. Ninguno de los detenidos en aquel operativo se libró de la tortura, una práctica sistemática amparada por una impunidad que se dejaba sentir a todos los niveles. Una impunidad sustentada por la incomunicación, en aquella época de diez días con sus noches, por un sistema jurídico que despoja al detenido de todos sus derechos, por la labor incompetente e incluso cómplice de ciertos médicos forenses, por una autopsia mal hecha intencionadamente,....

«El trayecto de Donostia a Madrid lo hice en coche con cuatro guardias civiles. Llegué con la cara reventada. Un médico forense me preguntó qué me había pasado. `¿No lo ves? Me han ostiado', le dije. Era tal la impunidad que en su informe puso que me había caído por las escaleras y hasta los guardias civiles iban con la cara descubierta. En una ocasión le pregunté a uno cuándo acababa la tortura, porque si hablabas te torturaban más para siguieras haciéndolo, y si no lo hacías, también para que lo hicieras», subrayó.

«Me pusieron la bolsa, los electrodos y me sometieron a la tortura conocida como `el quirófano', apretándome fuertemente los testículos. También nos hicieron `el gimnasio', es decir, andar agachado o en posturas forzadas. Cuando te caías te daban cuatro hostias y vuelta a empezar. Para Esteban, aquello fue lo más duro por la poliomielitis que sufría», remarcó.

«Le quitaron los zapatos a sabiendas de que no podía andar sin ellos por la parálisis que tenía. Todavía sigo oyendo sus gritos», subrayó Elixabete Hormaza, excompañera de Muruetagoiena. Ella fue detenida en Madrid, donde residía junto a su hija Tamara, de ocho años.

«Llegué tarde»

«Vinieron a casa. No recuerdo qué me dijeron. Me llevaron por las afueras de Madrid. Tardé dos horas en hacer un trayecto que cuesta un cuarto de hora. Nunca he sentido tanto terror como en aquellos días. Me quedé bloqueada. Me amenazaron con violarme y me hicieron firmar unos papeles que, a día de hoy, sigo sin saber qué eran. Adelgacé entre ocho y diez kilos, me quedé en los huesos. Cuando hablé con Esteban, no era persona. Me contó que le habían dado en los testículos y que le habían puesto películas de nazis. Me pidió ver a la niña y yo le dije que se la llevaría pero que necesitaba un poco de tiempo para recuperarme. Pero no tuve tiempo, su corazón no aguantó», relató, arropada por su hija y ante un público emocionado por los testimonios que ayer se pudieron escuchar en el salón de plenos del Ayuntamiento de Oiartzun.

Junto ella e Ibarguren, los abogados Txema Montero y Alvaro Reizabal, el médico Justo Atristain -estos dos últimos a través de un mensaje grabado en video-, y Arantxa Erasun, de Euskal Memoria, quisieron arrojar luz sobre lo ocurrido. Lo vivido en aquellas celdas, en una opacidad absoluta, condujo a Muruetagoiena a la muerte, oficialmente causada por un infarto de miocardio.

Y treinta años después, las secuelas siguen, tanto en sus familiares como en Ibarguren. Explica que «mi celda estaba junto a un cuerpo de guardia. Cada vez que sonaba el teléfono, significaba que llevaban a una persona a la sala de torturas. Aún hoy, nunca descuelgo el teléfono si estoy en compañía de otra persona», confesó.

Txema Montero también lo contó desde su punto de vista personal. «En el bar Supremo, junto al Tribunal Supremo -donde en aquel momento estaba ubicada la Audiencia Nacional y antes lo estuvo el Tribunal de Orden Público-, punto de encuentro de abogados y familiares, había un limpiabotas llamado Tomás, que nos solía dar información sobre los detenidos, a quienes veía cuando llevaba cafés y porras a los calabozos. A veces nos decía que el `presentado' -término con el que se denomina a un detenido cuando lo llevan ante el juez- tenía muy mala presencia o hacía predicciones acertadas sobre las decisiones judiciales, que podían depender del estado de humor del juez. Aquel día nos dijo que `la cosa tenía mala cara'. En efecto, fue así. Cuando vi a Esteban en el edificio del Supremo, me llamó la atención su olor, ese olor inconfundible que desprenden las personas detenidas tras días de incomunicación. Estaba absolutamente fuera del tiempo y el espacio. En mi vida he visto a muchos torturados, pero aquello era algo diferente y mi intuición no me falló», señaló el abogado.

Alfageme y el gobernador

Al enterarse de la muerte de Muruetagoiena, Txema Montero contactó con Amnistía Internacional y se entrevistó con el encargado de la autopsia practicada a Muruetagoiena, Faustino Alfageme, «un médico de cabecera que engordaba su salario haciendo de forense».

Su total falta de rigor quedó en evidencia ante las preguntas que le hicieron dos forenses enviados por el organismo internacional Anti Torture Research. Sigur Riber Albrectsen, médico forense jefe del Departamento de Salud Pública de Copenhague, y Nicole Léry, especialista en medicina legal del hospital de Lyon, escucharon de boca del propio Alfageme cómo se hizo cargo del tema: «Me llama el gobernador de Gipuzkoa y me dice: `oye, hay un lío muy grande y te pedimos, como amigo, que por favor, hagas la autopsia. Hay un lío muy grande porque la Gestora pro-Amnistía ha conseguido que se haga la autopsia y te lo pedimos como amigo'».

Cuando Albrectsen quiso saber si había seccionado el corazón para comprobar si, efectivamente, se trataba de un infarto, contestó que no: «Yo me dije, ¿corto corazón o no? Se trataba de la muerte de un compañero y lo más adecuado, como cristiano que soy, es no andar haciendo más cosas. Yo lo que quiero es que el corazón de este compañero suba cuanto antes al cielo», dijo Alfageme. Esta conversación está recogida en el libro «Gernikako semeak», de Euskal Memoria.

«Pasé muchos años en la oscuridad. Sabía por qué había muerto, pero no se hablaba de ello. Los homenajes en Ondarroa y Oiartzun en el 25 aniversario de su muerte supusieron un antes y un después en mi vida. Fueron la mejor terapia. Mi única reparación sería que mi padre estuviera vivo, pero eso es imposible. Lo único que puedo hacer es involucrarme para que esto no vuelva a suceder. La tortura es un camino doloroso y por eso es necesario dar luz a la tortura», concluyó Tamara Muruetagoiena entre aplausos.

 

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