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Patxi Zabaleta | (XIV) Pruebas de cargo de la conquista de Navarra. Prueba de cargo de precedentes

César Borgia y la batalla de Rávena

Los intentos y los esfuerzos de las casas reales de Navarra, de buena parte de las castas nobles y también del pueblo llano por mantener la independencia patria fueron constantes y en ocasiones no resultan fácilmente comprensibles desde la mentalidad moderna de hoy día.

Esa es la explicación de la boda de la hermana del Rey Juan III de Navarra, Carlota de Albret, con César Borgia en 1499. La vida de César Borgia, que se tiene como inspiración de la obra El Príncipe de Montesquieu, ha sido tan novelada y tan diferentemente interpretada, que resulta en muchos casos desfigurada. Pero en 1499, cuando entró a formar parte de la casa real de Navarra, César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, era general de los ejércitos pontificios y soberano de los Estados pontificios, además de exobispo de Pamplona (a los 16 años), exarzobispo de Valencia y primer cardenal que haya renunciado nunca al capelo cardenalicio.

El pontífice Alejandro VI, el padre de César Borgia, ocupaba en 1499 la sede de Roma y por lo tanto aquella boda suponía no solo una «boda de estado», sino el nexo de la Corona de Navarra con el más sólido poder universal, económico y militar de la época. Aquella boda suponía una apuesta diplomática, igual que las que hacían por la época los Reyes Católicos y tantos otros.

La cuestión es que al morir su padre el papa Alejando VI en 1503, probablemente envenenado, empezó a declinar la suerte de César Borgia. Entró al papado muy pronto un enemigo acérrimo de los Borgia y correlativamente estrecho aliado de los Reyes Católicos, Julio II, el cual se apoyó militarmente en el Duque de Alba. César Borgia fue apresado, desposeído de todas sus bienes y enviado como rehén a Aragón, y aunque escapó de su prisión y se refugió en Navarra, murió en una emboscada de soldados del Conde de Lerín en Viana en 1507. Tenía aún 31 años.

De todos modos y al margen de la multiforme presencia de Navarra en muchas de las vicisitudes militares de principio del siglo XVI, el episodio más asombroso es quizá lo acontecido entre Rávena y Bolonia en 1511, y la primavera de 1512. Fue de hecho uno de los preludios condicionantes de lo que iba a ocurrir en julio en Navarra.

Era una cuasi guerra mundial. Por un lado, estaba la “Liga Santa”, formada por el Papado junto con el Sacro Imperio Romano Germánico, y Aragón y Castilla, controlada por Fernando el Católico, siendo designado como jefe militar el virrey de Nápoles, Ramón Cardona, y como general de infantería Pedro Navarro, el Conde Olivetto, natural de Burgi, Roncal, que revolucionó las técnicas militares del siglo XVI con el uso de la ingeniería de la pólvora. Por el otro lado, estaba la coalición formada por Francia, Florencia y otros estados, cuyo jefe militar era Gastón de Foix, pariente de la Casa Real de Navarra (y al parecer,  aspirante a dicha corona.)

En la batalla de Rávena  de 1512 murió Gastón de Foix y resultó herido y apresado Pedro Navarro. Fernando el Católico se negó a pagar su rescate y Pedro Navarro renunció a su título de Conde Olivetto y cambió de bando para siempre.

La batalla fue ganada por la coalición dirigida por Francia. Era abril de 1512. El papado, como poder militar, y Roma como capital, quedó a merced de la protección de los ejércitos de Aragón y Castilla. ¿Le puede extrañar a alguien que el papa Julio II dictase una bula, que luego dictase otra bula… y las que hicieran falta, justificando la invasión de Navarra por su aliado y protector, Fernando El Católico?

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