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ensayo

Lenin se encuentra con Lacan

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Iñaki URDANIBIA

En anteriores ocasiones, y refiriéndome al filósofo esloveno, he asociado su nombre con veletas, torbellinos, djs, con la pop-filosofía de la que hablase Deleuze y ahora, si se me apura, me atrevería a calificarlo de «pensador-zascandil», tomando este último término en el sentido de «metementodo». Lo digo ya que podría ampliarse la nómina de referencias a las que recurre, con absoluto desparpajo, Slavoj Zizek: literatura, cine, chistes y, obviamente, muchos filósofos que van desde Descartes hasta Deleuze, pasando por Hegel, Marx... amén de por sus amigos, en comunismos, como Badiou, Giorgio Agamben, Negri&Hardt, Therry Eagleton y demás.

Esta variedad, que si bien puede resultar discordante para el academicismo más estricto, hace, sin embargo, que la filosofía sea puesta más al alcance de los legos en la materia. Conste que no siempre, ya que a veces sus derivas vuelan por cierta jerga especializada difícil de aprehender; no es el caso del presente libro.

Esta obra es una ocasión inmejorable para acercarse al pensamiento de Zizek, porque se puede devorar como un apetitoso bocadillo. Su pensamiento va acompañado, entre pan y pan, por un prólogo y un epílogo francamente crujientes por su acercamiento certero. La ocasión se presenta propicia para una aproximación al pensador para quien no conozca su quehacer y naturalmente sin desperdicio también para quienes ya estén habituados a acompañarle en sus variados periplos... con el horizonte de la idea del comunismo, como «hipótesis» de la que habla su amigo Alain Badiou.

El intratable filósofo pone en marcha su máquina desbrozadora para plantarnos en el centro de lo real y se empeña en desvelar las falacias y trampas urdidas por los poderes, y las complacientes almas bellas, en el terreno de la ideología. Aplicando el cedazo lacaniano de lo real, lo simbólico y lo imaginario, se empeña en un análisis concreto de la situación concreta y visita distintas mistificaciones humanistas, ecologistas, democrático-parlamentarias, globalizadoras, el antisemitismo, el pretendido universalismo de izquierdas y otra serie de cuestiones enraizadas en nuestra actualidad. Lo hace subrayando que la verdad de lo universal no puede articularse más que en el compromiso de lo particular de la singularidad, apostando por un universalismo independentista en el que el eslabón más débil en la cadena imperialista se sitúa en los pequeños pueblos. Reivindica, a la vez, el derecho a pensar de nuevo muchos de los temas que se dan por sabidos por el peso de las ideas heredadas.

Antes de concluir quisiera avisar, para no cometer traición, que las ideas de este inclasificable pensador no son aptas para los fieles seguidores de almidonadas ultra-ortodoxias.