Mikel Jauregi | Periodista
Se puede salir
La RAE define el síndrome de abstinencia como el «conjunto de síntomas provocado por la reducción o suspensión brusca de la dosis habitual de una sustancia de la que se tiene dependencia». Aunque los síntomas varían en forma e intensidad de acuerdo con el producto y el tiempo que uno lleva consumiéndolo, en todos los casos se deben a que «se ha alterado el funcionamiento normal del sistema nervioso».
Estoy inmerso en un proceso de ese tipo. Llevo exactamente una semana sin fumar, sin dar una caladita a un cigarrillo, sin experimentar esa inigualable sensación de tragar y expulsar malos humos. Pues eso: que aunque hace unos años reduje considerablemente la media de pitillos por día y creía que no iba a resultarme demasiado duro, estoy con el mono.
Llevaba meses dándole vueltas al asunto. Más de media vida enganchado al vicio, maltratando cuerpo y bolsillo, teniendo que escuchar eso de «fumar es malo» por boca de familiares e incluso de personas a las que apenas conocía y a las que debería importar una mierda mi salud... Me convencí de que había llegado el final -mucho ha ayudado la subida de precios del tabaco- y puse fecha de caducidad al hábito: tras acabar las fiestas del pueblo, ¡adiós!
He de reconocer que no es la primera vez; si no me equivoco, es el cuarto intento ya. Por eso, porque ya he recaído en tres ocasiones -y espero que no haya una cuarta-, puede que no sea el más indicado para dar consejo a otras personas adictas a productos más o menos perniciosos, pero es que a usted le vi el otro día bastante perjudicado. No le creía tan enganchado, ni se me pasaba por la cabeza que pudiera llegar a ese nivel de dependencia. E ignoraba por completo que esa sustancia que consume desde hace unos pocos años -tres, ¿verdad?- fuera tan adictiva como para que se le haya nublado la vista y no sea capaz de ver la realidad. Permítame ayudarle y escuche: para dar el paso lo único que necesita es voluntad. Solo eso. Ni libros de autoayuda, ni parches, ni leches. Déjelo.
Debe hacerlo por su propio bien pero, sobre todo, por el de los demás. Repita conmigo: nosotros podemos, «ahal dugu», «yes, we can». Y Patxi, no tema al día después, al mono, a la tan temida recaída, a lo bien que le sienta la poltrona en vena.