Raimundo Fitero
Ganar y perder
La final de Bucarest se convirtió en una de las emisiones más vistas del año. En términos absolutos y en términos relativos. Comparada con otros partidos del siglo, o comparada con otras finales similares. Situado este partido en una fase lunar, futbolera, política y económica muy especial, es bastante normal que muchos aficionados se volcaran en transferir sus emociones a un equipo de fútbol, a una muchachada rojiblanca, que podría alcanzar una gloria prematura. En una final hay dos posibilidades: ganar o perder. Se ha perdido. Queda otra oportunidad. Lo malo es acostumbrarse a perder. A sacar y esconder la gabarra sin usarla.
Ganó otro equipo rojiblanco, con tradición, con historia convulsa, pero que en lo estrictamente futbolístico de este partido, lo hizo merecidamente, sin apenas discusión. Y eso que tanto se cacarea de saber ganar y saber perder, en esta ocasión todos supieron aceptar el resultado, lo consideraron justo, pero la justicia extensible a todo consistiría en comprender que el Athletic ha llegado esta temporada más lejos de lo que se esperaba. Y que apunta maneras. Perder una final es un logro o un fracaso según la filosofía de vida que se aplique. Un subcampeonato europea debe ser alarde curricular.
Si el partido nos produce unas sensaciones televisivas canónicas, en cuanto a retransmisión, masificación, locución ponderada pero encendida exaltación de la españolidad por duplicado, etcétera. Es la revisión de los días y horas previas y las posteriores, las que nos colocan ante un abismo. Esa pérdida de toda prudencia de los aficionados, ese jugar con los sentimientos de jóvenes, niños, maduros, para crear una marea de ilusión vinculada a una bandera deportiva, parecen síntomas de una sociedad desenfocada. Mirado desde la distancia, todo ese jolgorio, esa depresión posterior, es lo que nos hace tambalear nuestro convencimiento. Antonio Basagoiti y Patxi López esperaban una victoria para abrazarse. Qué bueno hubiera sido para Euskadi que estos dos personajes se hubieran quedado en hinchas del Athletic y hubieran propiciado una plataforma atlética y no un gobierno tan transitorio y anodino.