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Análisis | Hollande desembarca en la UE

La cena que Merkel encargó a Van Rompuy para dar la bienvenida europea a Hollande

El «factor Hollande» ha desembarcado con fuerza en la UE, pero aún es pronto para saber si tendrá algún impacto real sobre las cuestiones a debate ahora mismo en el seno de esta convulsa Unión Europea. François Hollande será recibido el miércoles en Berlí n por Angela Merkel, solo un día después de la investidura en París. Deben acercar posturas y perfilar el «Merkollande» antes de la cumbre informal del día 23, una cumbre que, en realidad, es una cena. No habrá conclusiones ni documento oficial.

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Josu JUARISTI

Afirmar que la llegada de François Hollande a la presidencia francesa es un soplo de aire fresco para la Unión Europea es, cuando menos, discutible. Tampoco el programa del socialdemócrata galo ofrece aún suficientes pistas como para aventurar que llega con nuevas ideas que pudieran provocar un cambio de enfoque en las políticas comunitarias, como se ha dicho. Algunos han llegado a comparar incluso el «efecto Hollande» con el provocado por la victoria de Barack Obama, una exageración. Pero sí es obvio que su victoria sobre Nicolas Sarkozy ha servido para agitar un poco el atascado cotarro europeo. Donde más puede notarse su aterrizaje en el Elíseo es, sobre todo, en la relación de París con Berlín. No porque vaya a cambiar la correlación de fuerzas (económica y política), decididamente a favor de Alemania, sino porque la novedad del personaje y su filiación socialdemócrata podrían, quizás, reequilibrar en alguna medida el eje franco-alemán, en beneficio de ambos, también de Merkel.

Próximas citas. Ese binomio que en la prensa bautizamos enseguida como Merkollande, tiene ya varias citas previstas. La primera llegará exactamente el mismo día de la investidura de François Hollande, que tendrá lugar el próximo martes en Berlín. El miércoles se sacarán la primera foto y todos podremos comenzar a elucubrar y a especular sobre la comunicación no verbal entre ambos, que seguramente será menos divertida que con Sarkozy.

Angela Merkel y François Hollande deben limar aristas y hacer equipo (crear el Merkollande) antes del Consejo Europeo «informal» sobre el crecimiento convocado apresuradamente por Herman Van Rompuy para el 23 de mayo. Van Rompuy hizo público el anuncio y viajó a París para comunicárselo a Hollande, con quien departió durante 50 minutos en el cuartel general de campaña del Partido Socialista francés. Ese encuentro supuso el debut del nuevo presidente francés en el escenario europeo, un estreno de bajo perfil, donde previsiblemente Van Rompuy explicó a Hollande cómo están las cosas y, seguramente, cómo las ve Alemania. Un día después, Hollande recibió también en París a Jean-Claude Juncker, el jefe saliente del eurogrupo.

Tras ambos encuentros, los portavoces de Hollande (Jean-Marc Ayrault, que apunta a primer ministro, y el portavoz oficial, Pierre Moscovici) salieron ante los medios de comunicación para repetir un mantra conocido: no es suficiente con la austeridad, hay que renegociar el Pacto Fiscal para incluir medidas de estímulo que hagan crecer la economía y sean capaces de generar empleo

Retórica comunitaria. Aunque la palabra «renegociar» es imposible de digerir por Berlín, el propio Herman Van Rompuy había recordado la víspera que «la consolidación fiscal no es un objetivo en sí mismo, es un prerrequisto para el crecimiento sostenible». Y es que esa retórica que tantas veces persigue solo ganar tiempo, no es ninguna novedad; lo que sucede es que al ser esgrimida con buena puntería por Hollande durante la campaña parece haberse convertido en inventor o adalid de la misma. La retórica es compartida, e incluso Angela Merkel la utiliza cuando le conviene: «La austeridad por sí sola no resolverá la crisis». De hecho, a Alemania le interesa tanto como al que más que los estados miembros de la Unión entren en una senda de crecimiento económico, puesto que es quien más se beneficia del mercado único. Sin embargo, una cosa es hablar de crecimiento y otra muy distinta concretarlo con estrategias, políticas y medidas reales, es decir, abriendo el grifo a estímulos reales. Y el único que hoy tiene margen para abrir el grifo es Alemania. Lo que está por ver es si para el Gobierno federal de Berlín es suficiente haber atado al resto con la disciplina fiscal y presupuestaria impuesta en el Pacto Fiscal. Una disciplina que, en todo caso, quizás deban revisar y suavizar, porque casi nadie la podrá cumplir. Si Alemania ha decidido esperar a que el resto haga los deberes, no soltará más dinero gratis.

De hecho, sigue apretando el acelerador. En su discurso ante el Bundestag, la canciller rechazó el jueves anteponer el crecimiento a los recortes y a la austeridad (reformas, dijo). Berlín sitúa el crecimiento en el ámbito de las reformas estructurales, no en el terreno del crédito, porque sostiene que ello acarreará más deuda y supondrá volver al punto de inicio de la crisis.

De ahí que la prudencia y la experiencia recomienden asistir a esa cumbre informal sobre crecimiento con los oídos bien despiertos para separar el grano (si lo hay) de la propaganda.

Lo normal es que Hollande y Merkel hagan piña el 23, por mucho que luego, ante la prensa de cada cual, una incida en una cosa y el otro en otra, en el también habitual «traer el agua a mi molino» comunitario tras cada Consejo Europeo, donde casi todos parecen ganar siempre.

Fórmula. Esa cumbre extraordinaria informal del día 23, que en realidad no es más que una cena convocada por Merkel para recibir a Hollande, será una reunión a 27, aunque el Pacto Fiscal lo firmaron 25 estados tras el desmarque de Londres y Praga. Esto significa que podría surgir cierta tensión, especialmente con Londres.

Previsiblemente, la fórmula que escogerán tanto para que François Hollande no tenga que tragarse sus palabras de campaña como, sobre todo, para tratar de frenar el descontento popular por tanto recorte, será discutir la eventual creación de un acuerdo o capítulo paralelo sobre crecimiento que completaría el pacto de disciplina fiscal. Pero no habrá renegociación propiamente dicha del Pacto, entre otras cosas porque ya lo han ratificado tres estados miembros: Grecia, obligada y siempre agonizante, Eslovenia y Portugal.

De eso es de lo que hablarán Merkel y Hollande en Berlín el día 15 y lo normal es que se presenten con una propuesta conjunta a la cena del 23, donde deberán discutirlo a 27, lo que servirá, de paso, para ver cuál es la actitud y posición de David Cameron, tocado tras las elecciones municipales.

Moscovici ha insistido estos últimos días en la idea de que la UE impulsará «un compromiso dinámico para el crecimiento», frase ambigua donde las haya y, por lo tanto, muy del gusto de la Unión Europea. Los asesores de Hollande ya han transmitido al equipo de Merkel y a su partido, la CDU, que aceptarán «complementar el pacto fiscal sin nuevas negociaciones», lo que significa que Merkel aceptará «hablar de medidas de crecimiento basadas en políticas presupuestarias sostenibles», tal y como sugirió el jueves Peter Altmaier, el portavoz de la CDU en el Bundestag. Es decir, todo lo que hablen será dentro del marco presupuestario y normativo impuesto en el Pacto Fiscal. No habrá más crédito.

Merkel sí podría aceptar, en cambio, al menos como idea, algo que le reclaman tanto Hollande como el SPD: potenciar el papel del Banco Europeo de Inversiones (propiedad de los 27). El problema es que los estados no tienen dinero para elevar su capacidad de préstamo, con lo que necesitan atraer inversiones del sector privado. En cualquier caso, sería muy poca cosa, un miniplán, pero Angela Merkel necesita hacer un guiño al SPD, porque sin sus votos no alcanza los dos tercios exigidos para sacar adelante el Pacto Fiscal en el Bundestag.

Ese guiño puede ir dirigido también a François Hollande, quien puede ser un socio mucho más provechoso y útil para Merkel de lo que fue Sarkozy.

El socialdemócrata puede otorgar al eje francoalemán un cierto plus de legitimidad si consiguen trasladar a la ciudadanía europea la sensación de que están dispuestos a aflojar un poco el cinturón. No es que vayan a hacerlo, pero, a veces, las sensaciones sirven para ganar tiempo.

Madrid, siempre fuera. En esa cena hablarán también seguramente del proceso de ratificación del Pacto Fiscal, pendiente, aunque solo hasta cierto punto, del referéndum irlandés. Habrá que ver si Hollande recoge el guante lanzado por sus correligionarios del SPD alemán, partido que, junto con los Verdes, aspira a arrebatarle el poder a Merkel el próximo año y que ha pedido que ese Pacto Fiscal sea ratificado el mismo día en Alemania, Francia e Italia, a ser posible antes del día 23. Como ven, el Estado español queda de todas todas fuera de cualquier posible entente, propuesta o idea en la Unión Europea, a pesar de que es el cuarto Estado en importancia, junto con Polonia.

El aislamiento de Mariano Rajoy no es un tema menor. Nunca Madrid había tenido una posición tan débil y delicada en la UE, tanto por los graves problemas de su economía como por la falta de talento de su gobierno a la hora de moverse en el entramado comunitario. La nefasta percepción general que existe en la UE y en las agencias internacionales sobre el Estado español está perjudicando incluso a quien, objetivamente, no está tan mal, como sería nuestro caso. Esa percepción tiene un impacto negativo en mercados, inversiones...

Las cuestiones pendientes. La Unión Europea ha entrado de lleno en una fase de negociaciones críticas para su futuro, especialmente en torno a la política de cohesión (ayudas europeas para garantizar un desarrollo uniforme de la Unión) y a la Política Agrícola Común, que definirán el próximo marco presupuestario plurianual y, por lo tanto, determinarán la dirección política general y las prioridades de la UE. En dicha negociación el Parlamento Europeo jugará un papel central, aunque su configuración no alimente ningún entusiasmo.

La llegada del quinto gobierno socialdemócrata al club de los Veintisiete, aunque ese quinto sea Francia, no alcanza todavía para cambiar la actual correlación de fuerzas en el seno de la UE (tanto en el Consejo como en el Parlamento y la Comisión europeas). La derecha y la ultraderecha han desatado en estos últimos años una auténtica lucha ideológica en toda Europa, explotando la indecisión e inoperancia de la socialdemocracia. Europa, hoy más que nunca, necesita un punto de inflexión, uno que surja de la ciudadanía, no de sus líderes, se llamen Hollande o Merkel.

Mientras tanto, la Unión Europea seguirá celebrando reuniones y cumbres, pero debe tenerse en cuenta que, aunque Herman Van Rompuy haya encargado la cena para dar la bienvenida a François Hollande, el marco escogido es el de una reunión de jefes de Estado y de Gobierno «informal». Eso no significa que vayan a vestir de sport, lo que implica es que no tienen obligación alguna de sacar el típico documento oficial de conclusiones de los consejos europeos formales.

Hablarán, y cada cual dirá luego lo que quiera, pero de ahí no saldrá ningún texto que comprometa a nadie. Ganarán tiempo, como siempre, hasta el Consejo Europeo «formal» que se celebrará en junio. Allí se verá si el Merkollande es un hecho.

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