CRíTICA: «Los muertos no se tocan, nene»
El humor negro y la prosa poética de Azcona
Mikel INSAUSTI
No es justo que esta película, constituida en el mejor homenaje posible a la figura del recientemente fallecido guionista Rafael Azcona, no haya contado con una normal distribución. Presentada hace un año en el Festival de Sevilla, no ha tenido luego una fecha de estreno oficial en las salas, por lo que se puede ver con un poco de suerte por pura casualidad, perdida en medio de la programación como un islote cultural, reflejo de la literatura y el cine de tiempos pasados, y que ya a casi nadie importa en el desmemoriado Estado español. La razón de tanto desprecio se debe simplemente a que está rodada en blanco y negro, sin sonido directo, tal como se hubiera hecho en los años 50.
Había leído en algún sitio que la tardía adaptación cinematográfica de la primera novela de Rafael Azcona es demasiado respetuosa con el original. Además de ser una obviedad, tal apreciación está fuera de lugar, porque carece de sentido el plantearse una actualización de algo que no es sino la crónica social de la dura posguerra en clave de humor negro. Resulta de agradecer, por tanto, que José Luis García Sánchez se haya puesto por entero al servicio de la recreación tal cual, renunciando a tentaciones autoriles y limitándose a hacer las veces de mediador entre el público de hoy en día y el contexto histórico en que se mueve la genuina obra. «Los muertos no se tocan, nene» del 2011 es exactamente como debería haber sido dentro de la trilogía a conformar con «El pisito» y «El cochecito», hasta el punto de que Marco Ferreri la habría hecho así.
Recupera el gusto por el plano-secuencia, con el sinfín de integrantes del reparto moviéndose a su antojo por el escenario del piso donde se celebra el velatorio. El casting no puede ser más acertado, pues responde a las señas de identidad de la comedia berlanguiana. Son rostros tristes, que describen a personajes atrapados en unas vidas miserables. Los contados pero impactantes exteriores reproducen el ambiente subdesarrollado de una ciudad de provincias como Logroño, poblada de escenas costumbristas en calles transitadas por bestias de carga.