Fede de los Ríos
En manos de la in-Justicia española
Arnaldo, sé que compartes aquello de Sócrates de que es preferible sufrir injusticia a cometerla, por eso, como a él, os han condenado. Aún así, lo hecho con vosotros y tantos otros clama al cieloTe admiro Arnaldo, mucho. Y cuanto más releo la carta de los cinco, más grandes aparecéis frente a esos gnomos togados tan serviles. Independencia de los jueces, dicen; que no rinden cuentas de sus actuaciones y sentencias más que a su propia conciencia, dicen. Nunca experimentaran el «mordisco de la conciencia» del que hablara Spinoza, pues si alguna vez la tuvieron, era verde y se la comió un burro o se trata de una desdentada meretriz al servicio de su chulo.
¿Quién nombró a los jueces que han condenado a Arnaldo Otegi, Rafa Díez, Arkaitz Rodríguez, Sonia Jacinto y Miren Zabaleta? El Consejo General del Poder Judicial. ¿Y quién nombra, pues, dicho Consejo? Muy ocurrente: el Congreso y el Senado. Así, pues, una misma mayoría parlamentaria controla los tres poderes que el pobre de Montesquieu veía necesario separar: legislativo, ejecutivo y judicial. Uno y Trino como la Santísima Trinidad, todo un misterio. Lo denominan división de poderes y es la base de la democracia española. Mira tú por dónde.
Curioso país el que algunos llaman España, donde el yerno del monarca, que ocupa la cúspide del ordenamiento jurídico, declara su culpabilidad para eludir la cárcel. Uno, en su inocencia, pudiera pensar que al revés resultaría más lógico. Pues no lo es, así ocurre -lo presenciamos todos los días-, que criminales corruptos campen a sus anchas en consejos de administración; bandas organizadas de delincuentes reciban subvenciones públicas por llevar a la quiebra a públicas empresas; que quien, desde el Estado, con la anuencia de otros cargos políticos, organizó bandas armadas con policías, guardias civiles y mercenarios, lejos de ser juzgado, lo nombren hijo predilecto de una ciudad española; que los sometidos a tormento no encuentren el amparo de los togados y sí los que torturaron; que las causas contra banqueros con cuentas opacas en Suiza sean archivadas una tras otra por independientes jueces; que políticos con irregulares ingresos nunca sean molestados por comprensivos fiscales. Un país de ensueño para los jueces, donde unos nacen para presuntos culpables y otros para presuntos inocentes. Con lo que facilita eso las cosas a sus señorías.
Querido y admirado Arnaldo -tu carta lo deja meridianamente claro-, por intentar ayudar a «desatascar» y dulcificar un conflicto que dura demasiado, la imparcialidad de los jueces os condena a la cárcel. Por eso, un día sí y otro también, orinan sobre los principios de jurisdiccionalidad y presunción de inocencia, de legalidad penal, de proporcionalidad y de equidad. Así, como si de experimentados sastres se tratara, crean delitos a medida del sujeto a condenar. ¿Las pruebas? Una pérdida de tiempo y un gasto para el contribuyente.
Sé que compartes aquello de Sócrates de que es preferible sufrir injusticia a cometerla, por eso, como a él, os han condenado. Aún así, lo hecho con vosotros y tantos otros clama al cielo. Un Estado cainita donde los jueces imparten injusticia y la corrupción impregna su política es un Estado que merece desaparecer.
Un beso a los cinco.