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Arturo, F. Rodríguez | Artista

Ruinas


La crisis sistémica de la segunda década del segundo milenio trajo el progresivo desmantelamiento de las políticas culturales, así como el paulatino abandono de las infraestructuras y de los edificios que dieron cabida a bibliotecas, centros de producción y museos. Durante muchos años su mantenimiento fue posible gracias al voluntarismo de personas, asociaciones y colectivos que heroicamente intentaron dar continuidad a las programaciones y que asumieron la gestión de los contenidos como una labor consustancial a su militancia cultural. Pero con el tiempo, todo el ladrillo que había sido inaugurado bajo el boom de la burbuja turístico – espectacular – cultural – artística comenzó a presentar graves deterioros. Eran demasiados metros cuadrados, demasiada energía, demasiado esfuerzo para una comunidad menguante que había asumido una responsabilidad pública como forma de lucha contra el despotismo económico y contra el apagón educativo programado.

Tras varias décadas, las humedades, las grietas y toda clase de averías y desperfectos arruinaron los archivos, las casas de cultura y las salas de los museos. La digitalización se hizo restrictiva y la pérdida de memoria colectiva separó a las personas de su historia, de sus semejantes y de su futuro.

Pero cuando las ruinas de los museos y de los teatros fueron ocupadas por nuevas generaciones que habían perdido su casa y su miedo, la cultura recuperó sus lugares, su dignidad y su espacio. La cultura se rehabilitó y se habitó. Comenzó así una nueva época en la que las personas entraron por fin en diálogo directo con la vida, sin más interferencias ni servidumbres, sin más preocupación que la de no caer en los mismos errores.

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