Carlos GIL | Analista cultural
Inacabada
Toda obra artística está inacabada. El mercado requiere que se ajuste a una fecha, a un espacio, a un lugar, pero todo artista sabe que mientras hay vida, hálito, existe la posibilidad de alcanzar la excelencia. Es la diferencia entre el arte y la ciencia. En una lo importante es la tesis, el teorema, mientras que en arte es la hipótesis la que convoca a los espíritus para que se reemplace la advocación secundaria, por una inspiración terciaria que nos vuelva al estado primario: a la epifanía. Ese momento en que alguien quiso convertir una piedra en un símbolo y los demás lo aceptaron.
Algunos maestros de la pintura soltaron su gran obra para comer, por necesidad perentoria, no por haber acabado ningún encargo. Eso solamente lo hacen los fotógrafos de bodas y comuniones. Algunos orillan un cuadro por aburrimiento o por hiperactividad. Las matemáticas musicales siempre proponen variaciones, pese a que es un encaje de bolillos de millones de trazos invisibles. La grabación es la necrosis, el pasado. El poeta fija su poema al recibir el pago por adelantado pero sus versos siguen buscando espacio en nuevos territorios blancos, pese a formar parte de otro cuerpo mutilado por la fecha de la subvención.
Los cineastas sufren amputación de su capacidad vital creativa cuando deben entregar la copia para la exhibición, un síndrome finalista. En las artes escénicas siempre se está acabando la escena o ajustando la transición. Mañana ensayo a las ocho. En el preciso instante que se consigue la obra cumbre, ideal, se empieza a deteriorar. La rutina es un disolvente que deja esquemas y simulacros para el consumo. Los críticos hacen autopsias a cuerpos vivos.