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Isidro Esnaola | Economista

El camino hacia la soberanía

El rescate de la banca española le recuerda al autor la XIX Conferencia del PCUS, celebrada con el fin de impulsar la Perestroika. La intervención de un profesor de Economía dejó en evidencia el discurso que preconizaba un mayor crecimiento económico y un rápido cambio de la estructura productiva, diciendo que ambos objetivos eran incompatibles simultáneamente. Eso mismo observa Esnaola en la petición de ayuda del Gobierno español y en la respuesta de la UE: la ayuda llegará, pero con condiciones, al margen de cómo sean estas presentadas, por lo que apenas contará con recursos para invertir en crear empleo y riqueza.

A veces la mente sugiere asociaciones que a primera vista pueden parecer extrañas, como me ha ocurrido con todo este tema del rescate, y es que lo que me ha venido a la cabeza ha sido la XIX Conferencia del PCUS que se celebró hace ahora 24 años para dar un nuevo impulso a la Perestroika. En aquella conferencia tomó la palabra el académico y profesor de Economía de la Universidad Estatal de Moscú Leonid Abalkin y, en una sencilla intervención, destrozó el discurso de la Perestroika económica que pivotaba sobre la necesidad de lograr dos objetivos: mayores tasas de crecimiento económico y cambio acelerado de la estructura productiva. Simplemente dijo que era imposible crecer y cambiar a la vez: si creces no puedes dedicar recursos al cambio, y si utilizas recursos para cambiar, no podrás seguir creciendo al mismo ritmo. Así de sencillo. Aquello nos enseñó que los discursos políticos lo aguantan todo, pero hay determinadas reglas, proporciones y fuerzas que no se pueden soslayar y tarde o temprano terminan mostrándose.

Eso es lo que ocurre con la petición de ayuda del Gobierno español y la respuesta por parte de las instituciones europeas. Se puede llamar como se quiera y vestir como a cada uno le dé la gana, pero una cosa está clara: han pedido ayuda y esa ayuda llegará con condiciones, aunque todavía no se conozcan; más adelante tratarán de presentar las nuevas medidas como decisiones del Gobierno motu proprio. Puede que consigan engañar a alguien, pero la verdadera naturaleza del negocio que han hecho terminará abriéndose paso.

Y es que es tal la debilidad de la economía española que hace un año, antes de la convocatoria de elecciones generales, obligaron a cambiar la Constitución española a modo de cortafuegos para salvar un largo período con un gobierno provisional por la convocatoria electoral. Entonces les salió bien, la expectativa de un nuevo gobierno ayudó. Ahora ha ocurrido lo mismo. Las elecciones en Grecia el próximo domingo les han obligado a extremar las precauciones y han acordado, por lo que pudiera pasar, esta especie de rescate previo a modo de parapeto. Tanto temor ante cada consulta electoral deja en bastamente mal lugar el sustento democrático de la construcción europea.

De todas formas, a la vista de las reacciones, no parece que la jugada haya causado el efecto deseado: las incertidumbres son muchas y eso se refleja en que pedir prestado dinero sigue costando mucho, y además ha vuelto a subir en los últimos días. El FMI, en su informe del viernes dedicado al Estado español, decía que la caída de la riqueza puede llegar a ser del 4% este año. Si a esa caída le añadimos que habrá que pagar más intereses y devolver parte del principal de las deudas a los acreedores, van a quedar muy pocos recursos para invertir, para que se pueda crear empleo y generar riqueza. Volviendo a aquello que dijo Abalkin en la conferencia: lo que se dedica a una cosa no se puede dedicar a otra.

El panorama general que tenemos ante nosotros es de un color gris oscuro tirando a negro que asusta. Ante esas perspectivas, la gente pregunta qué va a pasar con sus ahorros y qué puede hacer para asegurarlos. Creo que conviene pensar un poco sobre cuál es la naturaleza de la moneda. El dinero es un bien público que se sustenta en la confianza de la gente y cuya circulación se regula por ciertas instituciones que en última instancia dependen del poder político. La entrada en el euro supuso aceptar como propia una moneda que gozaba de confianza en todo el mundo por las estrictas reglas de funcionamiento que había ido forjando Alemania durante todo el siglo XX. Aceptar la moneda suponía acatar también las reglas, aunque a esta parte del contrato nadie le hizo demasiado caso. Una vez dentro del euro, se dejó de lado esa parte tan engorrosa de las normas, ya se sabe, los políticos en el Estado español no son de reglas, que es algo bastante burgués, son más bien de espíritu aristocrático, les va más eso de ir de cacería y vivir del crédito.

Pero claro, relajarse en el cumplimiento de las reglas trae consigo que la moneda pierda credibilidad y el dinero deje de fluir. Llegados a ese punto, los reproches mutuos se generalizan, a unos por no haber puesto freno a la orgía a tiempo, y a otros por haber estado prestando dinero sin las debidas salvaguardas. Al final, los acreedores terminan por cansarse y cierran el grifo del crédito. A partir de ese momento, el «apoyo financiero», los créditos, empiezan a llegar con muchas condiciones. Y a ese hito hemos llegado. Creo que la lección es bastante clara: tener una moneda fuerte significa observar reglas estrictas.

No parece, sin embargo, que la clase política haya entendido la relación entre una cosa y otra, ni siquiera la más cercana. Así, mientras la prima de riesgo superaba holgadamente los 500 puntos, la oposición en Juntas Generales de Gipuzkoa aprobaba a finales de mayo continuar con los faraónicos planes de la última década: carreteras, puerto exterior, etcétera, cuando saben que no son viables ni económica, ni social, ni medioambientalmente y, además, ni hay ni habrá dinero para financiarlos. Todo para demostrar que tienen mayoría, todo por ganar unos puntos. Bien, pueden seguir acumulando puntos; ahora bien, pronto se darán cuenta de que esos puntos no valen para nada porque ya no podemos jugar al mus. El juego ahora se parece más al ajedrez, en el que aunque te comas todos los peones del adversario, este te puede dar jaque mate con muy pocas piezas, y entonces todos los puntos acumulados no sirven para nada, todo se acaba.

El déficit democrático que padecemos por la ausencia de un genuino debate público conduce a los políticos a seguir con esquemas totalmente obsoletos y a no ver que el juego ha cambiado radicalmente, simplemente porque las reglas están cambiando. Siguen comportándose de manera totalmente irresponsable. Y es que de la misma manera que un padre, o una madre, lo mismo da, que responde a las preguntas de una hija o hijo se hace responsable de sus vástagos, la clase política actúa de manera irresponsable al continuar intentando acumular puntos sin responder a las preguntas de la gente que está preocupada por el destino de sus ahorros, por su futuro, en definitiva. El dinero se asegura con la confianza de la gente y con reglas socialmente acordadas y respetadas. Y para que esas reglas acordadas surtan efecto, hace falta soberanía, nada más.

En estos tiempos de zozobra, actuar con responsabilidad es ir poniendo sobre la mesa el camino a recorrer para recuperar la soberanía que permita decidir sobre las reglas por las que nos vamos a regir.

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