Este es el momento no solo de crear un partido, Sortu, sino de crear las bases del cambio real
La alegría tiene sus propias normas, no está sujeta a agendas, no es esclava del deseo propio o ajeno, tiene un componente intrínseco de espontaneidad, se da o no se da. El enojo sigue una pauta similar. No se puede decir que esta semana en Euskal Herria se haya dado una explosión de alegría, pero es evidente que los últimos días han sido muy positivos, casi excelentes, para este país y para sus gentes. Y así se ha vivido, sin aspavientos, serenamente, pero con la consciencia de la trascendencia de lo ocurrido y de que no es ni fruto ni flor de un día. En el bando opuesto, el enojo por parte de un importante sector de stablishment y de la opinión pública española también ha sido patente y en ciertos casos ridículo. Paradójicamente, la mayoría de esas noticias positivas han provenido de instancias judiciales españolas, habituales fuentes de sufrimiento y desasosiego para los vascos.
La primera gran noticia de la semana fue la absolución general por parte de la Audiencia Nacional de los encausados por D3M y Askatasuna. Quizá la primera reacción de esas personas y sus allegados no fue de júbilo, sino más bien de alivio; y no cabe duda de que, conscientes de que recientemente ese mismo tribunal había condenado arbitrariamente a otros vascos, incluso hiciesen un esfuerzo por contener su alegría. Pero la sentencia absolutoria, aun afectando primera y directamente a todos ellos y ellas, va mucho más allá de su situación particular. Es un reconocimiento explícito de una injusticia que lesionó derechos básicos. La sentencia es rotunda en este sentido. Además, tuvo grave repercusión en un resultado electoral. Como consecuencia de la actuación judicial contra esas formaciones políticas vascas los resultados de las pasadas elecciones autonómicas fueron completamente alterados, lo que posibilitó que el frente unionista llegará al gobierno en Gasteiz. Una consecuencia política muy grave, inaceptable en un estado de derecho pero signo de un ciclo político que esta semana puede haberse cerrado.
Lo que no tiene lectura positiva posible es el vodevil organizado en torno a la figura del presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Carlos Dívar, que finalmente ha tenido que dimitir una vez que su defensa ha sido insostenible hasta para sus más acérrimos valedores. Este episodio ilustra la decadencia en la que está inmersa España, desde el ámbito económico hasta el institucional. Los cimientos del modelo diseñado en la transición española crujen y su crepitar es la señal de alerta del agotamiento de un ciclo político con demasiada carga del anterior.
En el mismo sentido, no cabe olvidar la galopante crisis de gobierno en Nafarroa, que en el fondo no es más que la evidencia de la inviabilidad del proyecto de una Navarra aislada del resto de Euskal Herria. Se desvanece un modelo pensado a la contra, y aunque eso no garantice que el nuevo escenario responderá a las aspiraciones de la mayoría social vasca, pese a contener un peligro evidente de recentralización y perdida de libertades, abre opciones de juego y margen de maniobra político, a la vez que eleva el nivel de exigencia y responsabilidad para quienes deben liderar el cambio.
Sortu significa crear
Sin duda la noticia más importante de todas es la legalización de Sortu por parte del Tribunal Constitucional español. Se abre ahora un proceso en el que, tal y como dice el propio nombre del nuevo partido de la izquierda abertzale, lo que toca es crear. Pero no solo un partido, sino una nueva cultura política, estructuras diferentes, propuestas para un tiempo distinto y oportunidades donde hasta ahora solo se veían peligros. Deben ser capaces de construir puentes, no solo canales entre partidos, sino avenidas por las que puedan transitar las personas. Porque su proyecto se debe basar en las personas. Ha sido cuando les han hablado a los ciudadanos en vez de a los estados o a los partidos cuando más han ganado, cuando han crecido políticamente. Como ya se ha dicho anteriormente, es una gran responsabilidad.
Todo ello en un contexto general convulso, con una crisis sistémica que obliga a no dar nada por seguro. Una de las pocas «ventajas» de la ilegalización es que, en su intento por expulsarlos del sistema, les han posicionado como el único movimiento que no tiene responsabilidad sobre lo sucedido en las instituciones durante la última década de despilfarro y megalomanía. No son alternancia, son alternativa o no serán. Y eso es lo que deben crear, una alternativa para las clases populares, para el tejido industrial, para los diferentes sectores, para las personas que viven y trabajan aquí.
La creación, como la alegría y el enojo, tiene sus propias reglas. Es difícil de provocar artificialmente, pero en el contexto apropiado, suele surgir con fuerza. Y, dentro de sus dimensiones, este es un pueblo dado a crear. Nada queda del «¡que inventen ellos!» de Unamuno. Si quieren hacer una revolución esta deberá surgir no solo en lo político, sino en lo cultural, lo económico, lo social. No era fácil llegar hasta aquí, pero lo que queda en adelante es, si cabe, mucho más complicado. Ese es el reto, ese es el cambio. En eso consiste crear.