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Crónica | visita guiada con Iñaki Egaña

Donostia 1813: masacre, pero también lucha para seguir adelante

De la mano del historiador y escritor Iñaki Egaña, un nutrido grupo de ciudadanas y ciudadanos dieron el jueves un paseo por la parte vieja de Donostia como si fueran turistas en su propia ciudad. Personas de todas las edades siguieron atentamente las explicaciones del autor del libro «Donostia 1813» y, durante dos horas, trataron de imaginar y comprender cómo vivieron los donostiarras la mayor tragedia de su historia.

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Maider IANTZI

En 1813 Donostia tenía alrededor de 9.100 habitantes; era mayor que Bilbo y Gasteiz, y menor que Iruñea. La ciudad amurallada empezaba en el Boulevard, justo en la primera parada de la visita guiada. Dentro, había casas pequeñas y grandes, algunas con naranjeros y jardines, como la vivienda de la familia Okendo. Y la gente que vivía fuera de las murallas trabajaba para la de dentro.

Donostia era, también, una ciudad militarizada. Los ingleses le llamaban La Roca, ya que se quedaba aislada en marea alta. La muralla era enorme (15 metros de altura y 10 de anchura). En 1807 las tropas de Napoleón invadieron la Península; esos 250.000 soldados, con sus respectivos carros y caballos, constituyen, en palabras de Egaña, el mayor impacto de Gipuzkoa en su historia.

Al llegar al segundo punto de interés, la Brecha, el historiador preguntó si alguien conocía la procedencia de este nombre que se utiliza tanto, y continuó con el relato de la historia, desvelando, de paso, el significado de este. En verano de 1813 las tropas napoleónicas están ya de retirada tras sus derrotas en Rusia y también en Gasteiz: en esta quedaban dos plazas importantes, Donostia e Iruñea.

Las tropas inglesas y portuguesas intentaron asaltar Donostia dos veces: el 25 de julio y el 31 de agosto. En el primer intento bombardearon durante diez días la ciudad y, aunque estaban prohibidas, hay constancia de que utilizaron balas rojas, incendiarias. Consiguieron hacer una brecha: el muro era más bajo y estrecho en esta zona y, por lo tanto, los intentos de tomar la ciudad se produjeron por aquí. Donostia tenía siete puertas y de ellas dos se abrían todos los días.

El 31 de agosto, los aliados intentaron entrar en la ciudad a las 11.00, en marea baja, pero no lo lograron. La brecha era grande, de 50 metros, pero estaba bien defendida. Alguna bomba cayó en un polvorín y explotó. La muralla se abrió y aprovecharon para entrar los primeros soldados.

La siguiente parada de la visita fue en la iglesia de San Vicente, junto con el de Santa María, el edificio más antiguo de Donostia. En este lugar se juró el 19 de setiembre la Constitución de las Cortes de Cádiz y muchos vascos se mostraron en contra porque eliminaban los fueros. También se eligieron los nuevos alcaldes.

La mujer

Entre los aliados hubo 3.500 bajas; entre los franceses, que se refugiaron en el castillo, 1.200. Según cuentan los testigos, se produjo un toque de corneta y se cerraron todas las puertas. Entonces, saquearon totalmente la ciudad, durante meses. Hubo muchísimas violaciones de mujeres, niñas y ancianas, quemaron 600 casas. Se produjo una situación de pánico generalizado. El Ayuntamiento dio el siguiente dato: «Siete de cada ocho personas se quedaron en una desnudez total, es decir, lo perdieron todo». Los testigos refieren 400-500 víctimas, hoy en día se conoce el nombre de 41 de ellas, y sobre la violencia de género, hay una oscuridad total. Según Egaña, los nombres de las mujeres nunca aparecen entre las víctimas, lo que hace imaginar que probablemente el número sería bastante mayor. «La mujer fue víctima por excelencia», subrayó el escritor.

En la iglesia de Santa María, contó que el párroco, Domingo Goikoetxea, recibió un bayonetazo cuando salió a recibir a los supuestos aliados. «Los que procedentes de extrañas naciones los creíamos hermanos, eran enemigos también», escribió Serafín Baroja. Durante muchos años se negó que fueron las tropas inglesas quienes asaltaron Donostia, bajo la dirección del general Wellington. Cuando ya no se podía negar la evidencia, este lo admitió, pero dijo: «Lo más importante era tomar Donostia, el resto son daños colaterales». El Ayuntamiento y la Diputación pelearon para que se supiese la verdad en el mundo.

Ya en Portaletas, el historiador recordó que hubo otro factor que causó más víctimas que el asalto: una epidemia, la malaria. Como no había ningún médico –había dos; uno murió en el asalto y el otro escapó– nadie sabía lo que pasaba hasta que el Ayuntamiento convocó una plaza de médico y la tomó un médico de Oiartzun. Hizo el diagnóstico enseguida: era malaria y venía de unas marismas. En poco tiempo las sanearon y la malaria desapareció.

Egaña contó que la reconstrucción de la ciudad fue muy complicada, porque no había dinero. Comenzó todo un movimiento especulativo que casi ha llegado hasta nuestros días. «Pero hubo algunos donostiarras que apostaron por la reconstrucción y a ellos les debemos que estemos aquí». Terminó diciendo que todos los años recordaremos el 31 de agosto la masacre con todo su lado trágico, pero también el intento de los que continuaron para que vinieran nuevas generaciones.

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