Modelos de gobierno y de actuación política de espaldas a los ciudadanos y al futuro
La capital de Euskal Herria es hoy, y lo será hasta el próximo sábado, sinónimo de fiesta. La fiesta por excelencia. Fiesta en todas las acepciones de la palabra, sin límites y, a pesar del equipo de gobierno del Ayuntamiento, de todos. También de los ausentes y de quienes sufren cualquier tipo de injusticias. Por eso la reivindicación está más presente que nunca. El pasado viernes, entre el mar de pañuelos rojos en la plaza del Ayuntamiento y calles adyacentes, tras sortear los cordones policiales, y a diario en actos, cantos, carteles... en la calle. Por los presos, los trabajadores o la ikurriña, por las víctimas de la represión del Estado. Hoy hace 34 años, la Policía española irrumpía a tiros en la plaza de toros de Iruñea y causaba la muerte a Germán Rodríguez y hería a varias personas más. Pero Iruñea, la fiesta, no olvida a los ausentes. La de Germán Rodríguez es una una ausencia irremediable, pero el recuerdo de muchos iruindarras la convertirá hoy en presencia.
Continúa la fiesta y lo hace ajena a la despótica forma de UPN de gobernar el Ayuntamiento, pero no a algunas de las decisiones adoptadas por este. El intento del alcalde, Enrique Maya, de recuperar el Riau-riau, que fracasó estrepitosamente en solo diez minutos, es fruto de una forma de gobernar que proscribe la participación popular. En este caso, además, haciendo caso omiso a la advertencia de las peñas y Bildu acerca de la inviabilidad de recuperar ese acto como pretendía, toda vez que esa decisión pertenece a los ciudadanos, verdaderos protagonistas de la fiesta, y no al alcalde, y habrán de ser ellos quienes den la conformidad tras un previo debate. Algo, de momento, incompatible con un modelo que cada vez se revela más claramente propio del pasado.
Argumentos espurios de un «tripartito»
Precisamente, la forma de gobernar fue el argumento esgrimido por la oposición para destituir al diputado de Medio Ambiente de Gipuzkoa, Juan Carlos Alduntzin, por medio de una moción de censura, a sabiendas de que la Diputación no va a cambiar su apuesta en lo referente a la gestión de residuos. Dicha moción, consensuada por PNV, PSE y PP, dejó aún más claro lo espurio de ese argumento y el verdadero objetivo de esos partidos. La suerte de tripartito que han conformado en las Juntas Generales es la materialización de una estrategia de desgaste a la formación gobernante en la Diputación. No se trata de un castigo a una mala gestión, sino que responde a intereses ajenos a los guipuzcoanos, como lo es la construcción de una incineradora que desaconsejan razones de índole económica y medioambiental.
Todos reconocen la necesidad de reciclar, pero se niegan a reconocer que la incineración no solo resulta perjudicial, sino además innecesaria, más innecesaria cuanto más se recicla. Pero cuando todas las fuerzas políticas tienen la vista puesta en las elecciones autonómicas, el enemigo a batir es la izquierda soberanista. Sin embargo, paradójicamente, lo ocurrido en las Juntas Generales de Gipuzkoa el pasado viernes, ese retrato de un frente anti-Bildu, podrían pagarlo más caro los componentes del mismo que la coalición soberanista.
Nerviosismo preelectoral
Con el escenario político en clave electoral, y entre los ecos de amenazas de ilegalización por la decisión del Ayuntamiento de Donostia de subvencionar un documental sobre presos políticos vascos -amenazas que han provocado la inmediata solidaridad de ciudadanos anónimos y de un centenar de personas conocidas por su vinculación a la cultura y la creación-, el pasado martes Euskal Herria Bildu presentaba a su candidata a lehendakari, la profesora y escritora Laura Mintegi, quien en la entrevista que hoy publica GARA se muestra convencida de la «gran posibilidad de ganar» de la coalición que representa. Y el jueves, la Asamblea Nacional del PNV proclamaba a Iñigo Urkullu como su candidato.
Hasta las estimaciones del Euskobarómetro, hechas públicas el pasado viernes, otorgan la victoria tanto en número de votos como en escaños al PNV, pero reflejan una pugna abierta con EH Bildu, que quedaría a uno o dos escaños. En cualquier caso, se trata de una encuesta y no del recuento de papeletas depositadas en las urnas. No obstante, los dirigentes jeltzales no pueden disimular su nerviosismo buena muestra de ello son las palabras de Urkullu, que ayer llegó a afirmar que los gobiernos de Bildu imponen «modelos basados en la ortodoxia estalinista». Con su furibundo ataque no solo revelaba así su nerviosismo, sino también el motivo del mismo, que no es otro que el miedo del PNV a encontrar nuevos obstáculos en su pretensión de regresar a Ajuria Enea, de donde fueron desbancados tramposamente, si bien su gran preocupación ha sido «la actitud victimista» de quien más crudamente sufrió las consecuencias de aquella trampa: la izquierda abertzale, ese sector político que ahora vuelve al Parlamento en alianza con otras fuerzas soberanistas de izquierda. Ese es el «peligro» que ve quien propugna la «cultura política del pacto», una cultura política que tradicionalmente ha limitado a los pactos con PSOE y PP, tanto en Gasteiz como en Madrid.