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CRíTICA folk-rock

Tras el concierto de Bon Iver, más iletrado que ayer

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Pablo CABEZA

Cada día que pasa mi ignorancia aumenta, incluso aunque en la jornada anterior haya aprendido alguna que otra cosa. De hecho, cuanto más capto más consciente soy del infinito imposible que me queda por asimilar. Así lo tuvimos de claro, una vez más, después de asistir al concierto de Bon Iver el pasado domingo en el Palacio Euskalduna de Bilbo ante un auditorio lleno, más de 2.000 educados seguidores que aplaudieron como bestias.

Nada (con matices) de lo que vimos o se escuchó durante la actuación del estadounidense Justin Vernon (Bon Iver como concepto de banda) nos dejó perplejo, pero sí pudimos comprobar que a pesar de llevar treinta y cinco años viendo música internacional, todavía existen artistas con el suficiente talento y honradez musical como para vaciarnos el alma y obligarnos a creer que todavía fluye más vida que la vivida y más canciones que las escuchadas, aunque sean veinte millones.

Con todo, y por tonto que parezca, seguí el concierto que no olvidaré hasta que mi persona sea barro, con un mosqueo estúpido. Delante de mí alguien estaba pintando belleza, devolviéndole a la música su espiritualidad laica y, sin embargo, yo solo pensaba que allí mismo, tres días antes, Julio Iglesias había estado profanando el templo y que en mi butaca podría haberse sentado un fariseo/a del PP, un acólito de la diputada Andrea Fabra, esa tía del «¡Qué se jodan!», refiriéndose a los parados..

En Euskalduna hubo tres guitarras (eléctricas y acústicas), tres teclados, doble batería, dos, tres o cuatro vientos, una o cinco voces (según), dos violines y un variado cuerpo de diferentes vientos. En total nueve músicos, jóvenes y veteranos. Hubo tela de sacos colgada y desgarrada al servicio de las variaciones de luces. Todo sencillo, en realidad, pero impactante y calibrado. Además de diferentes luces repartidas entre el escenario como si fuesen velas con su geometría. Incomprensible, pero Live Nation anunció que venía en formato de trío.

Justin Vernon (tímido y simpático) canta en falsete, pero tampoco como los Bee Gees o los jevis. El suyo es un tono delicado, emocional... Juega con el folk en sus dos discos, pero en directo ambos álbumes quedan devastados por el ambicioso concepto que pergeña Vernon.

En ocasiones se transformó en un Neil Young arrebatado, en otras en un Van Morrison del «Common on». Sonó limpio y sucio. Terco y libre. Utilizó voces extras pregrabadas (no en demasiadas ocasiones, en escena todos armonizaban) y jugó con la suya («Best/Rest») como si estuviese en una discoteca, como si viviese de nuevo su experiencia al lado de Kanye West en «Lost in the world».

Bon Iver cantaron «Skinny love» en uno de los bises. Bajaron los nueve del escenario para situarse ante un solitario micro. Justin con una acústica y todos a claquear con pies y manos y buenas voces. Impresionante. Abrieron con «Pearth», no faltaron «Holocene», «Towers», «Flume», «Calgary», «Wash», «Minnesota», «The wolves», primer bis... y «For Emma» ya de despedida ante el fervor de miles de aplausos sin prisa ni compromiso.

Julio Iglesias batió el récord de recaudación, con entradas a más de 300 euros. Bon Iver aportó calidad a la cultura y a la historia de Euskalduna.

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