CRÓNICA
El escenario no engaña
El festival donostiarra estrena un nuevo e idílico escenario: el Basque Culinary Center, donde el domingo por la mañana nos deleitamos con la música del gran Enrico Rava. En la Trinidad, Hasier Oleaga estuvo a la altura del sofisticado mano a mano de cuatro gigantes del piano.
Yavhé M. de la CAVADA
No todo es música, claro. También está el entorno, el clima, el momento... Un concierto queda definido por muchas más cosas que la música. Por eso, un concierto mágico a veces tiene múltiples ingredientes, como ocurrió en la mañana del sábado en el Jazzaldia donostiarra. En un concierto patrocinado por la revista decana del jazz, «Cuadernos De Jazz», pudimos disfrutar del quinteto de Enrico Rava en unas condiciones inmejorables. El evento tuvo lugar en el Basque Culinary Center, un majestuoso edificio de morfología impresionante, cuya trasera podría recordar al Guggenheim de Nueva York en miniatura.
Enrico Rava -uno de los grandes del jazz italiano de todos los tiempos- presentaba «Tribe», representación discográfica de su último quinteto, casi completamente renovado respecto a versiones anteriores. Solo Gianluca Petrella -excitante trombonista, muy recomendable también con sus propios proyectos- se mantiene, junto a una sección rítmica de «sangre nueva» entre la que destaca el pianista Giovanni Guidi, que deslumbró a varios de los asistentes del concierto en Donostia.
La estampa recordaba levemente a aquel mítico documental sobre el Festival de Newport en 1958, titulado «Jazz On A Summer's Day». Hombres, mujeres y niños al sol, salteados sobre el césped y bañados por la fascinante música de Enrico Rava. Y, para redondearlo del todo, una degustación de productos servidos por el Basque Culinary Center para apuntalar uno de los momentos más deliciosos del verano jazzístico de 2012. Alimento para el cuerpo y para el espíritu, literalmente.
Ya por la noche, abría la Trinidad un concierto muy especial: el del debut como líder de Hasier Oleaga, uno de los grandes músicos autóctonos de su generación. Presentaba «Cantus Caterva», recomendable disco debut en el que confirma lo que muchos ya sabíamos desde hace tiempo: que Oleaga es mucho más que una promesa del jazz actual. Su banda es un lujoso combinado de vieja y nueva escuela. Mikel Andueza e Iñaki Salvador (que fue también el solista más destacable del concierto) son dos de los principales especialistas de nuestro país en sus respectivos instrumentos, mientras que Jon Piris y Julen Izarra, como el baterista, se están labrando una potente carrera paso a paso.
La música de Oleaga no suena a base de autoritarios golpes de batería, sino de la cualidad líquida de su estilo, que se va colando en cada recoveco de sus composiciones. Sin importar el tema o el pasaje, la batería de Oleaga lidera de manera discreta, captando la atención del oyente sin llegar a desviarle de lo que haga el solista o el ensemble. Eso es lo que le hace más grande aún. Y lo que le queda.
Una de las citas más importantes del Jazzaldia, por clásica y por los nombres implicados, era la titulada «An Evening With Two Pianos». Encuentro (que no choque) de cuatro pianistas de élite de diferentes generaciones: Kenny Barron, Mulgrew Miller, Eric Reed y el sustituto europeo de Benny Green (titular en la gira original), Dado Moroni, en orden de importancia, veteranía y, por qué no, excelencia.
A los jazzófilos empedernidos y/o con buena memoria, el proyecto puede recordarles a aquel colectivo llamado Contemporary Piano Ensemble, formado por James Williams, Harold Mabern, Geoff Keezer y el propio Mulgrew Miller a primeros de los noventa (el gran Donald Brown también estuvo metido en el ajo en su primer disco). Williams, uno de los mejores pianistas de su generación, falleció en 2004, Mabern está en activo, aunque está cerca a los 80 años y Geoff Keezer está en otras historias. Las comparaciones son odiosas, pero mantener la memoria es una virtud, y no nos cabe duda de que los implicados en este nuevo «top» de ocho manos no olvidan aquel glorioso encuentro.
Como no olvidan al gran Thelonious Monk, motor compositivo de la noche, del cual sonaron siete piezas (de un total de trece), además de tres standards asociados para siempre al inmortal pianista: «Just You Just Me», «Just A Gigolo» y «I'm Getting Sentimental Over You» (preciosamente arrancada a partir de los acordes de «You've Changed»). Hasta ahí las similitudes, puesto que el enfoque pianístico de los cuatro músicos distó mucho de la economía, el uso del espacio y el fraseo quebrado de Monk.
Tocar a dos pianos es muy complicado. Se apelotonan las notas, se mezclan las frecuencias y se corre el peligro de chocar involuntariamente a la mínima. Pocos han conseguido grabar con éxito total en este formato, y eso que muchos, y muy buenos, lo han intentado. El planteamiento en directo tiene más que ver con el show o la exhibición que con algo al servicio de la música porque, admitámoslo, cuatro manos son muchas manos, y ocho no digamos.
Pero a Barron, Miller, Reed y Moroni les sobra capacidad y oído para reaccionar, y todos salieron airosos en sus diferentes encuentros: los cuatro juntos en tres temas y por parejas hasta agotar combinaciones. Entre los dúos podríamos destacar el de Reed y Miller tocando «San Francisco Holiday», pero los momentos realmente álgidos llegaron con los cuatro temas en los que cada uno se enfrentó a una pieza en solitario. Reed tocó «Reflections», Moroni «I Wanna Be Loved By You», Miller «Just A Gigolo» y Barron un muy sofisticado «Body And Soul» que nos dejó sin respiración.
A pesar de no despegarse de una visión muy clásica del piano jazz, los cuatro consiguieron mantener el listón (y el interés) en un concierto que, aunque solo sea por acotamiento acústico, podría haberse hecho muy pesado. Claro que, con pianistas así, no cabía esperar otra cosa.