Raimundo Fitero
La tea
El dimisionario De Guindos. el peor ministro conocido, dice que no hay rescate, o sea hay tomate. La cara de este hombrecito de la banca especuladora tiene que ser de cemento armado, aunque tenga ese rictus de peluquero de tijera y peine de hueso. Cada vez que habla se produce un cataclismo. Su bedel, ese tipo con barbas que se esconde y que nos había engañado porque él, Marianico, no defiende la marca España, sino que defiende el Marca de España y sus glorias deportivas individuales utilizadas como un bálsamo para impotentes.
Esa península ibérica en la que ocupamos ese trocito al noreste, es una tea ardiendo. Los criminales y espectaculares incendios vienen a colocar la guinda a la situación incendiaria, con ministros pirómanos y presidente que se mea en la cama si se acerca al fuego y por eso prefiere ir al amparo de Santiago y cierra España (esta frase es de rabiosa actualidad porque alguien la va a tener que cerrar definitivamente), que a consolar o los afectados por estos desastres que se encadenan y que acaban con haciendas y vidas. A la hora de escribir estas líneas los más graves están en Girona y en Las Hurdes, en Extremadura. Las imágenes son impactantes. Todo arde, hasta el parqué de las bolsas.
Pues sí, aquí hay mucho tomate. La situación es caótica. El gobierno español va a acabar pidiendo en las puertas del Banco de Europa o de la Comisión, ayuda con un cartelito escrito sobre un cartón de bingo. Y uno al ver como Valencia solicita ayuda, es decir intervención, rescate, se pregunta si está precisamente el Estado español en condiciones de rescatar a nadie. Y se anuncian a muchas otras comunidades en la lista de petición de caridad y no de justicia retributiva. ¿El fin del Estado de las autonomías? La cosa es más seria de lo que parece. Y lo único claro es que estos choricillos del gobierno del zombi, estos que cobran aportaciones indebidas desde el Parlamento por traslado y residencia, deberían elegir uno de los incendios para chamuscarse un poquito las cejas. No se les puede pedir que dimitan ni que piensen en una solución a lo bonzo, porque eso sería reconocerles un honor que olvidaron en la última confesión con el ultra Gallardón.