CRÓNICA
La Cherry y la bestia
El Jazzaldia vuelve a ponerse a la cabeza del jazz en Euskal Herria y se afianza, al mismo tiempo, como cita obligatoria para los aficionados a multitud de estilos. La excitante música de Neneh Cherry y The Thing y los festivaleros Miles Smiles despidieron la edición número 47.
Yavhé M. de la CAVADA
Si hay algo que es el Heineken Jazzaldia es ser ecléctico. Su enorme y variada oferta apuesta por la dispersión y la confluencia de conciertos muy diferentes, para todos los gustos, podríamos decir. Jornada a jornada, se suceden decenas de propuestas que se acercan a muchas músicas y muchos públicos, apostando por un tonificante programa global. El Jazzaldia ya no es s0lo un festival de jazz, sino un festival de música; así, en abstracto. Y bastante bueno, por lo general.
La noche del lunes, el festival decano en Euskal Herria se despidió hasta el año que viene con dos conciertos muy diferentes. Pero muy diferentes. Para empezar, una estrella de potencia media a la que se le tiene mucho cariño por aquí: Neneh Cherry. Hijastra ilustre del irreemplazable Don Cherry y poseedora de una carrera irregular, pero siempre en marcha, la cantante decidió hace unos meses emprender un proyecto que muy pocos hubiésemos imaginado: grabar un disco en colaboración con una de las mejores formaciones del free jazz de los últimos años, el trío The Thing.
Por algún motivo que aún no acabo de comprender, el concierto en Donostia fue anunciado como un tributo a Don Cherry, suponemos que por la relación paterno-filial e, incluso, el dato de que The Thing comenzaron su carrera como un pequeño tributo a Don Cherry. Hasta ahí las coincidencias. Desde hace 10 años, The Thing han sido una unidad autónoma, con varios discos (todos ellos excelentes, por cierto) en los cuales no hay atisbo de tributo al trompetista, más allá de alguna versión aquí y allá. El propio disco junto a Neneh, «The Cherry Thing», contiene un tema de Don Cherry, sí, al igual que otro de Ornette Coleman, de los Stooges, los Suicide de Alan Vega y un par de piezas escritas por Neneh y Mats Gustafsson, el monolítico saxofonista al frente de The Thing.
Fue el propio Gustafsson quien, a mitad de concierto, agarró el micrófono y aclaró: «No somos una banda tributo a Don Cherry. Él está siempre con nosotros, siempre nos acompaña, pero no somos una banda tributo. Somos otra cosa... Una cosa». Valga el juego de palabras.
La verdad es que el nombre, en cierta forma, se adecua perfectamente a esta formación de élite. Su música es como una primaria y desbordante masa de sonido bajo la cual, tras un par de capas de brutalidad acústica, yacen cientos de pequeños detalles, matices que enriquecen cada escucha de sus discos o cada nuevo encuentro con su directo. Junto a Gustafsson, el contrabajista Ingebrigt Haker-Flaten y el batería Paal Nilssen-Love, sección rítmica, a su vez, de los explosivos Atomic, y dos de los mejores músicos emergidos de la escena europea en los últimos años. No hablamos de un trío convencional, no, sino de una de las bandas más estimulantes del mundo.
Eso sí, junto a Neneh Cherry no les quedaba más remedio que adaptarse. Sin llegar a ser una mera backup band de la cantante, el trío suena domesticado a su lado, contenido por el bien del entendimiento mutuo, incluso en directo. Esto no quiere decir que la música de The Cherry Thing esté domesticada o licuada en busca de aceptación popular. El concierto en Donostia fue un rupturista alarde de personalidad, sin una sola concesión al público, que presenció lo que tenía que presenciar: una puesta en escena de su álbum, vigorizado por la inmediatez y el contacto con el escenario.
Quienes ya conocíamos al trío no pudimos evitar la sensación de estar ante algo parecido a ponerle a un deportivo el motor de un reactor. Sin embargo, la sofisticada voz de Cherry, entre la melodía y el spoken word, navegó perfectamente sobre unos The Thing que, para la ocasión, sonaron como Morphine pasados de rosca. De lejos, la propuesta más estimulante y actual que ha pasado este año por los escenarios importantes de los festivales de verano.
Cerraba el programa una de esas recurrentes reuniones en supuesto homenaje a Miles Davis. El escepticismo ante estos proyectos es natural, porque año tras año golpean los festivales europeos, siempre usando el nombre de Miles en vano. El nombre utilizado en Donostia fue Miles Smiles, detalle que roza el recochineo si tenemos en cuenta que: a) la música interpretada por el grupo estuvo en las antípodas de la registrada en aquella obra maestra de mismo nombre, grabada en 1966; y b) Miles Davis jamás hubiese sonreído ante un proyecto de estas características, porque él jamás miraba hacia atrás.
Por otro lado, aunque el estilo de estos Miles Smiles está anclado en los aspectos más mundanos de la música menos inspiradora del maestro, la formación resultó refrescante respecto a empresas similares. Para empezar, porque no la lideraba Marcus Miller, saqueador principal del nombre de Miles. Pero además, la mayor parte de músicos implicados son más interesantes de lo habitual. Si bien Omar Hakim y Darryl Jones no aportaron demasiado, tanto Rick Margitza como Joey DeFrancesco y el estupendo Robben Ford ofrecieron buenas intervenciones. En los zapatos del maestro estaba, cómo no, Wallace Roney, otrora gran trompetista que tras la muerte de Miles ha ido cayendo paulatinamente por una pendiente de mimetismo estilístico que en ocasiones roza el ridículo. Aún así, sigue teniendo algo.
El festivo resultado cuajó entre un público que se lo pasó bien, que no es poco. Como homenaje a Miles, cero. Como entretenida jam session jazz rockera, notable.