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Udate

«El régimen islámico quiere que la gente se muera por dentro»

Aunque esta vez quiso contar una historia de amor, no pudo evitar metaforizar el pasado y presente de su país de origen. En su segundo filme, «Pollo con ciruelas», coquetea con algo parecido al realismo mágico, dejando que reconocidos actores como Mathieu Amalric, María De Medeiros, Isabella Rossellini, Jamel Debbouze y Chiara Mastroianni, le den alma, voz y cuerpo a los personajes que fueron concebidos como cómics.

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Marjane Satrapi

Novelista gráfica, ilustradora y directora de cine

Al llevar al cine su novela gráfica y autobiográfica, Persépolis (2007), logró el éxito y reconocimiento mundial. De origen iraní, y desde 1994 ciudadana parisina, se formó en Austria, Irán y el Estado francés. Ahora vuelve a la gran pantalla con «Pollo con ciruelas».

Texto: Janina PÉREZ ARIAS | Fotografías: GOLEM

Cuenta la leyenda que Marjane Satrapi (Rasht, Irán, 1969) en realidad nunca soñó con ser cartonista. Pintar y escribir sí que siempre fueron sus pasiones, pero ¿unirlas en forma de cómic? ¡Jamás! Años más tarde, a raíz de la lectura de «Maus» (1992, de Art Spiegelman) se produjo el «clic» que la llevaría a publicar cuatro entregas de la muy personal «Persépolis», varios cuentos infantiles y colaborar con «The New York Times».

Cuando el humo de su enésimo cigarrillo se esfuma, se puede ver claramente el lunar en el lado derecho de su nariz. Fácil se hace pues evocar en ese momento toda su historia personal, llevada al cine en la película de animación «Persépolis». Con «Pollo con ciruelas» (novela gráfica publicada en 2003), y otra vez a cuatro manos con Vincent Paronnaud, Satrapi se apoya en una historia familiar, dando un osado paso al apelar a actores de carne y hueso.

En 1958, en Teheran, el mejor violinista de todos los tiempo, Nasser Ali Khan (Mathieu Amalric), decide morir. Su violín ha sido destruido, no para de pelear con su mujer Faringuisse (María De Medeiros), y aquel idealizado amor de su juventud (Golshifteh Farahani), no le reconoce. Cansado y decepcionado, se echa en la cama a esperar a la muerte.

Marjane Satrapi aplasta su cigarrillo en el cenicero, aclarando que «no quise hacer una película política, es más bien una celebración a la belleza, al amor, a la vida, al humor...». Pero, en «Poulet aux prunes» (título original), el amor inalcanzable del triste músico responde al nombre de Irane.

Es una historia de amor, pero ¿de dónde viene ese nombre tan particular?

El título hace alusión al sueño de democracia en los años 50, y no solamente en Irán sino en todo el cercano Oriente. Tenemos un país perdido, y no significa que no lo queramos, pero sí que nos mata poco a poco cada día. Sin embargo, «Pollo con ciruelas» es sobre el amor de ese hombre por esa mujer inalcanzable, y que muere por no tenerla. Para mí era más importante poner al ser humano en el centro de atención, decir que Nasser Ali murió en 1958 por amor, tiene más poder que una proclama política.

Está llena de metáforas, como la fuerza del patriarcado...

La forma como el padre decide por su familia, es tal cual como una dictadura dispone del destino de un país. Lo más peligroso para la democracia no es el gobierno, ni el régimen, sino la cultura del patriarcado, y si se debe luchar contra la dictadura, primero hay que combatir ese sistema. Eso se aplica a Irán, pero también a países europeos, porque si se piensa que la mujer existe solamente para la reproducción o para tener un pecho bonito, se está desperdiciando la mitad del potencial intelectual, científico y artístico de un país.

Otra particularidad es que no es un filme de animación. ¿No le dio miedo trabajar con personas reales?

No realmente, porque no funcionamos así, y hablo también por Vincent [Paronnaud, el co-director]. Con «Persépolis» alcanzamos todo, fuimos a los Óscar, nos dieron muchos premios y reconocimientos, etc. Lo que nos planteamos fue tratar un nuevo material y otra forma de realizarlo. Para nosotros no hay una frontera entre las maneras de hacer arte, y hablar de cómic o de animación no se trata de géneros, sino de medios. Al enfrentarnos a este nuevo proyecto, ¿qué podría ser lo peor? ¿que fuese malo? Nadie murió (risas) y durante esos dos años que duró el proceso, aprendimos mucho, y con eso, ya ganas. Si te tomas las cosas desde ese punto de vista, te mantienes humilde, tratas de aprender, y le pones emoción a lo que haces, te puedes dar por satisfecho.

¿De dónde surgió la idea de realizar este filme?

Cuando terminamos «Persépolis» ya habíamos decidido que la siguiente película sería «Pollo con ciruelas». Fue así de simple... (sonríe). Entonces empezamos a trabajar. [Para alejarse del folclore oriental, y evitar que el espectador perdiera el norte en esta historia que coquetea con el realismo mágico, Marjane Satrapi no dudó en cambiarle a Nasser Ali Khan el laúd (original en la novela gráfica) por un violín. El tío de su madre, quien en realidad murió en extrañas circunstancias, siempre alimentó la curiosidad y fantasía de Marjane. Poco a poco, y con la ayuda de otro tío músico, fue (re)construyendo la historia en la que la pura ficción se fundió con la realidad familiar].

¿Es una maldición ser artista?

No lo es, pero no sabría qué otra cosa hacer en la vida... Es la forma en la que vivo, es mi medio de subsistencia... Por otra parte, demanda mucho, y hasta tienes que tener algo de narcisismo, porque en una situación como esta en la que presentas una película, la gente paga para verla, luego te aplauden y te dicen todo lo que te aman, pues si no eres narcisista para aceptarlo, no sé qué otra cosas se podría ser... Todo el mundo es narcisista, aunque los artistas lo son un poco más.

¿Puede vivir con eso?

¡Y muy bien! (risas) Basta con aceptarlo. Hace 14 años me casé, y siempre he pensado que primero está mi trabajo y luego mi marido, él lo sabe, y aún seguimos juntos.

¿Qué importancia tiene en su trabajo la tradición iraní de contar historias?

No es que sea importante, es que es parte de mí, porque estoy hecha de esa tradición. Debido a la situación en la que ha estado sumido ese país, nunca he conocido a ningún iraní que haya tenido una vida «normal». Todos tienen una historia extrema relacionada con torturas, ejecuciones, asesinatos, exilio, suicidio... Nuestra cultura está construida con esos destinos. La forma de contar historias es una cosa que aprendes, pero también es mi propia lengua. Hacer películas es encontrar un lenguaje propio y eso es lo que he hecho con Vincent. Puedes tener el mejor cuento, pero hacer una mala película, o puedes tener una historia muy simple y hacer un gran filme. Entonces no se trata solamente de narrar algo, sino de crear un lenguaje.

¿Se considera una realizadora iraní?

Soy tan iraní como francesa... Pero no entro en la cinematografía iraní porque nunca he hecho nada artístico en Irán. Me fui muy joven de mi país, y mi carrera se ha desarrollado en Francia, además no escribo en farsi, sino en francés... El hecho de ser iraní no me hace ser una realizadora perteneciente al cine de ese país, ni del francés... Tengo un lenguaje propio, y hoy puedo hacer una película en francés, y mañana en inglés en América...

¿Pero su cultura sigue siendo iraní?

Mi corazón y mi cultura son extremadamente iraníes, pero al mismo tiempo no estoy hecha de plástico, ya que después de vivir tanto tiempo en Francia, me he convertido en francesa; nada más piensa que me encanta el queso hediondo (risas), me gusta hablar rápido y usar inflexiones que son muy francesas... A decir verdad, para ser iraní soy muy gala. Siempre digo que si fuera hombre podría decir que Irán es como mi madre, y Francia como mi mujer; no importa cómo sea tu mamá, puede ser una loca, pero haces todo por ella, hasta puedes morir por ella, pero de tu esposa te puedes divorciar, o engañarla con otra... Todo puede suceder... (risas).

¿Tiene contacto con la comunidad iraní?

No. A mí me gusta la gente simpática ¿sabes? En París hay 10 mil iraníes y 4 millones de franceses, entonces es una cuestión de porcentaje la cual hace que la cantidad de gente simpática sea mayoritariamente francesa, no iraní (risas). Nunca elijo a la gente por su nacionalidad, y no creo que por ser iraní tenga mucho en común con ellos. No me gusta esa idea de «comunidad iraní», como no comulgo con la gente que dice estar orgullosa por tener una nacionalidad determinada, porque ¿cómo puedes estar orgulloso por algo por lo que no has hecho nada? Puedes sentir orgullo por haber logrado algo o por ser una buena persona, pero no por la procedencia.

Sus películas se sienten como una catarsis personal, después de todos estos años, ¿aún está dolida?

(reflexiona) Lo que ya no siento es rabia, y eso está bien porque al estar enfadada cometes siempre los mismos errores. Con el tiempo me he suavizado y trato de no pensar mucho en el pasado. Por otro lado, pienso que no tengo el derecho de hablar de mi dolor, porque ¿qué pasa con la gente que está en Irán y que intenta vivir con esa situación? Entonces referirme a mi sufrimiento se convierte en una perversidad. Vivo en Francia, vivo en libertad, tengo cierto éxito, puedo hacer lo que quiera, y si entonces empiezo a quejarme, ¿qué debería hacer la gente que vive en Irán? El régimen islámico lo que quiere es que la gente se muera por dentro, quiere que dejemos de sonreír, nos quiere destruir espiritualmente... Para mí se trataba de tomar una decisión, y yo resolví reír todos los días, y en ese momento, cuando sonrío, les hago esto (muestra el dedo medio), y eso es lo que ellos necesitan.

Cuentos persas para cuando la música se acaba

Decir que Marjane Satrapi se ha pasado al cine de imagen real es una manera de dar a entender que su segundo largometraje no es una película enteramente de animación como «Persépolis», pero no es del todo exacto. En «Pollo con ciruelas» no falta una secuencia animada, en combinación con muchas otras técnicas de representación, tomadas también del cómic, del teatro, del cine mudo, de la televisión, de la publicidad, de los videoclips musicales, etc. Estamos ante una creación fantástica abierta a múltiples recursos escénicos, con especial cuidado en los decorados imaginarios que sitúan a los personajes en distintas épocas relacionadas con el Irán soñado de los cuentos persas, que siempre empiezan con la frase «yeki bood, yeki nabood».

Pero no hay final feliz, por más que el protagonista coma un ave no tan distinta de las perdices. Es un músico y tiene el corazón roto, así que su historia es evocada con melancolía. Perdió su Stradivarius y a su joven musa, o sea que lo perdió todo. Mikel INSAUSTI

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